Como es habitual en los últimos tiempos, los datos del paro nos hablan de una ligera mejoría. España ha superado la cifra de 19 millones de cotizantes y en Canarias hemos roto la barrera de los 800.000. Estamos en las cifras anteriores a la gran crisis, aunque pueda resultar chocante que sea un éxito haber vuelto a los niveles de empleo de una década atrás.

Lo que pasa es que los sueldos se han hundido. Trabajamos el doble para ganar la mitad. El país se salvó sobre la base de subir los impuestos y bajar los salarios. La cesta de la compra se puso por las nubes y nuestros sueldos por los suelos. Y encima las haciendas municipales, autonómicas y estatales nos siguieron clavando en las rentas y en el consumo para engordar las arcas públicas. De ahí que aunque las cifras digan que la economía va bien, todos los asalariados y autónomos piensan que va de puñetera pena.

En Canarias tenemos doscientas mil personas que siguen en paro. Si nuestra economía está funcionando a toda máquina, tenemos más turistas que nunca y el mayor PIB de nuestra historia ¿no deberíamos empezar a pensar que difícilmente vamos a crear más empleo? Da la casualidad de que ese 20% de paro coincide, más o menos, con el porcentaje de mano de obra foránea que ha venido a las Islas a trabajar. Y no es que en Canarias se demanden expertos en física cuántica o ingenieros aeroespaciales. Las profesiones que más se solicitan son vendedores, personal de limpieza, camareros, peones de construcción o agrícolas, albañiles, cocineros asalariados... Pero las patronales sostienen que los canarios tienen muy baja cualificación y que por eso se contrata a gente de fuera. Es que mientras le sirves una cerveza a un guiri te exigen que le comentes el componente lírico de la poesía medieval y su influencia en Shakespeare.

Otros dicen que, sencillamente, somos unos gandules. Que nadie se mueve para ir a trabajar al otro lado de la isla. Que nos hemos especializado en vivir de las ayudas y de los cáncamos. Y que con sueldos de ochocientos o mil euros no se consigue estimular a la gente para salir del círculo virtuoso de la sopa boba oficial.

Tal vez un poco de todo eso sea verdad. Pero es un clamor que para que esto funcione la gente tiene que trabajar mejor y cobrar más. Y el gran piojo público tiene que dejar de sangrar a ciudadanos y empresas con más y más impuestos para permitir que se estimule el consumo y el comercio. Pero vayan apuntando que los planes son otros. Para salvar el sistema de pensiones ya están anunciando que van a subir impuestos y a crear otros nuevos. Nos venderán la burra de que solo afectarán a los más ricos, pero será otra mentira. Aquí quien todo lo paga es la clase media; que se debe llamar así porque es media tonta.