Si "resignificarlo" es la solución, que lo resignifiquen. Como el Valle de los Caídos. Cuanto antes, mejor. Y sanseacabó. Ni la piedra ni el bronce sufren determinadas contaminaciones inextinguibles. Con la ventaja de que aquí no hay despojos humanos que remover. Quién sabe si hasta no le sentaría del todo mal al propio dictador, porque cuando el lameculos del gobernador que tuvo la idea de erigirle el monumento le comunicó su propósito, el autócrata se opuso, acaso porque creyó que era un reconocimiento tardío (aparte que de Tenerife no guardaba los mejores recuerdos, pues en la Isla trataron de apiolarlo un par de veces), y le indicó que desistiese del empeño. Pero como la admiración y la devoción eran mayores que su prudencia, el gobernador-escritor interpretó la negativa como gesto de modestia y continuó adelante. El resultado no se hizo esperar: apenas inaugurado el monumento, lo cesó como gobernador civil y jefe provincial del Movimiento sin siquiera agradecerle de manera efectiva, con otro destino, los servicios prestados. A ver si de esa forma aprendía a obedecer.

Aquí, en determinado momento se "resignificó" hábilmente un monumento. Y no pasó nada; bueno, si pasó: se salvaron de la destrucción varias obras importantes de artistas nuestros muy valiosos, hay que precisar que nada comprometidos con el régimen anterior pero obligados, porque la necesidad estaba por encima de cualquier otra ponderación, a trabajar en un proyecto de parecido carácter. Recordemos a Antonio Torres, pintor de la cripta, y al escultor Cejas Zaldívar. Ambos se exiliaron en plena posguerra.

Tampoco Ávalos era franquista. Después de acabada la contienda fratricida le abrieron expediente de depuración política por haber pertenecido al PSOE extremeño. Hubo jerarcas del régimen que se opusieron airadamente a que cincelase las grandes esculturas de la basílica-panteón de Cuelgamuros. En ese tipo de trabajos procuraba evitar toda alusión expresa a la finalidad que pretendían los promotores. Tendía a diseñarlos, hábilmente, dentro de los parámetros de un cierto simbolismo religioso, lo que le proporcionaba buena vía de escape. En el monumento de Santa Cruz de Tenerife sobresale el gran ángel de bronce que inicia vuelo con las alas extendidas.

Nunca fue solución inteligente destruir una obra de arte para acabar con ignominias. Cuantas veces se impuso, el patrimonio artístico e histórico de la humanidad sufrió graves quebrantos, mutilaciones irreparables. Al fondo de la mar o a la escombrera lo que se arroja son desechos; mal, por partida doble, en el primero de ambos destinos. El monumento de Juan de Ávalos no merece desde ninguna visión digna, empezando por la artística, ese final, como se ha propugnado; tampoco que se siga manteniendo la denominación actual. Sería una aberración, en uno y otro caso.

Cada vez que se quiso redimir una obra de arte y se actuó con inteligencia y pragmatismo bastó con desposeerla del significado que la denigraba o manchaba. Es lo que está demorando hacer Santa Cruz de Tenerife con el monumento: liberarlo de una designación que ya no tiene sentido, cambiarle el nombre, atribuirle nueva identidad, rebautizarlo, "resignificarlo". ¿Acaso las calles con nombres franquistas se destruyen por ese motivo? Se "resignifican", se les da nuevo nombre. Pues es lo que se debe hacer también con los monumentos, con el monumento en cuestión.

Propuestas no faltan: monumento a la paz, o a la solidaridad, o a la concordia, o a la reconciliación, o a lo que sea. Ya hasta hay quien se ha apresurado a llamarlo en letras de molde monumento del ángel. Cualquier fórmula será válida, menos la de demolerlo so pretexto de que ha servido para enaltecer a un totalitario. Sería caer en un cainismo semejante al que se pretende eliminar. Pero es a los políticos a quienes corresponde ahora mojarse. Y hacerlo con coherencia, sabiendo distinguir arte y política, obra artística y talibanismo.

*Académico de honor de la Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel