Cuando la humanidad creía haberlo visto todo, algo sorprendente ha aflorado. Y nunca mejor dicho lo de aflorado. Resulta que se está poniendo de moda un movimiento de personas que tienen sexo con la naturaleza. "Ay, pues qué cosa tan bucólica y tan libre", pensarán algunos de ustedes. Pero no he dicho entre la naturaleza, sino "con" la naturaleza. El otro día veía un vídeo en internet en el que varias mujeres abrazaban despatarradas los troncos de unos árboles para frotarse la entrepierna hasta que la humedad bañara sus carnes y los ojos se les quedaran en blanco o mirando para atrás. Y a mí me parece que esto empieza a ser de locos. Con una pierna allí y otra acá se restregaban el chichi extasiadas contra una roca en medio de un río, chupaban los troncos de los árboles a lengüetazo vivo. Y es cosa tanto de hombres como de mujeres. Esta flipada absoluta parece que nace en Australia allá por 2008 y su fin es salvar al planeta por medio del amor; y parafraseando a Federico Trillo: "manda huevos".

Ahora en vez de luchar contra las multinacionales o recurrir a protocolos internacionales, para salvar el planeta hay que darse gusto con las flores, con los árboles, los matojos: es buscar el placer con la naturaleza. No me quiero imaginar al negro del WhatsApp perdido por Las Raíces mientras unos amigos se atiborran a chuletas en un merendero: porque para carne la del negro. Y por muy ecológico y activista que declaren el movimiento, es una guarrada de mil pares de demonios. O sea, que si usted va a Anaga a recorrer un senderito y se encuentra con un fulano encaramado a un árbol dándole al frotis entre gemidos, prepárese para no morir de la impresión y explicarles a los niños que eso es una cosa sana de gente sabia que ama (demasiado) a la naturaleza. Qué cosas, qué gente, qué flipada.

@JC_Alberto