"En los días de invierno / ni el sol nos sale / porque a todos da el frío / con que alumbrarse. / Que aquí se nota / que hasta el sol tiene frío / pues se encapota". Está claro que la singular climatología lagunera ni siquiera escapaba de la ironía de José de Viera y Clavijo, capaz de comparar con ranas a sus habitantes como reza en esta copla: Una laguna forman / aguas celestes / porque en ciudad tan llana / no son corrientes / Y en este lago / conozco a mil sujetos / que están raneando?

El caso es que si yo no croé como una rana, me faltó poco, pues a juzgar por el frío y el viento reinante la noche del Festival Siete Islas se perfilaba gélida, con la ayuda de un viento proveniente del monte de Las Mercedes, cuyas nubes se escaparon como niñas curiosas y atravesaron la Vega para asomarse como espectadoras al recital folclórico de grupos venidos de todas las islas, especialmente de la benjamina Graciosa, ahora oficialmente nominada como Octava Isla de Canarias, con todos los merecimientos. Representada por los Toledo, en forma de parranda, que aportaron su costumbrismo para sustanciar aún más la riqueza de nuestro folclore.

Estando, pues, acomodado en una silla, cercana al escenario, sentí que alguien me rozaba de forma leve, giré mi cabeza y vi a una pequeña espiga de trigo, que con ojos implorantes trataba de camuflarse bajo la bufanda que llevaba arrollada al cuello. Condescendiente con ella, entendiendo su postura, le hice un hueco en ella para que se acomodase, obteniendo así un gesto de agradecimiento, seguido de una voz muy tenue y temblorosa, con el habitual castañeo de dientes: -Gracias, me dijo, ya no sabía qué hacer para resguardarme del frío, porque aquí los únicos que no lo padecen son los bailadores de los grupos que están actuando. Incluso hasta las autoridades están aguantando estoicamente la gélida bofetada de la noche lagunera, y más de uno se ha escapado disimuladamente al bar más cercano para tomarse algún vaso de vino. -Pues, que suerte, le respondí, porque yo no lo he podido hacer aún y no sé cuánto tiempo voy a aguantar sin hacerlo. -No tendrás alguna infusión para entrar en calor, me dijo la Espiga, abriendo con ansiedad sus enormes ojos dorados. -Siento no poder complacerte, querida niña, pero ahora mismo estoy alimentándome de mis reservas de grasa corporal, que no es tu caso porque te ves francamente escuchimizada y sin granos que madurar azotada por el viento: "Desgreña peluquines / y es chiste raro / ver a la ciudad fresca / y ellos airados. / Y en estas danzas / al mirarlos sin rizos / son mis risadas?".

El caso es que continúo enunciando coplas de Viera, alusivas al tiempo lagunero desapacible que toma siempre protagonismo bajo el rumor de las campanas de la Concepción, donde hasta el campanero ejercita sus músculos volteándolas para entrar en calor, mientras miro con desesperación hacia los bares próximos, anhelando una bebida caliente para pasar la velada, con un criterio similar al de la Espiga que se oculta bajo mi bufanda. Avanza el acto y mi amiga Ana, ganadora del segundo premio, incapaz de resistir más se retira del recinto con el pesar dibujado en su rostro, mientras que la concejal de Fiestas, Atteneri Falero, aguanta estoicamente el tirón meteorológico, por el obligado cumplimiento de su cargo. Unos metros más arriba, un recién venido de la esquina cercana, trae la nueva de que en el bar allí existente se ha organizado una caldeada tertulia de parroquianos que se han evadido del compromiso visual, y sólo se han quedado con el reclamo sonoro de los altavoces.

Incapaz de aguantar más tiempo en la escucha, al fin llega la despedida de Alexis, el documentado presentador, mientras los Majuelos emiten los últimos compases de sus interpretaciones: "Y por doquiera que miro / por donde mis pasos vuelvo / me asaltan gestos felices / al par que dulces recuerdos?". -¡Ven aquí!, le digo a la Espiga, como el acto ha terminado, te invito a un chocolatito caliente. Ni qué decir del rostro de agradecimiento de la frágil y tullida semilla, la cual, sacando su rubia cabeza de los pliegues de mi bufanda, ya se apresta a calentarse la boca con la bebida calentita; tanto que la tengo que sujetar por el tallo para que no se tire en plancha sobre el humeante chocolate de la taza. Finalmente, como consuelo a tanto tiempo desapacible, la Espiga y yo disfrutamos de la agradable sensación en nuestros ateridos estómagos, cantando a coro: Yo recuerdo todavía / tu posición ventajosa / que tienes, Laguna hermosa / todo el resto de mis días? Dicho esto, la Espiga y yo, retomamos satisfechos el camino de vuelta a casa.

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