Pedro Sánchez, como aquel personaje de Carlos Saura, es el protagonista de un guion vertiginoso, donde todo ocurre a enorme velocidad. Su Gobierno supera inconvenientes y vicisitudes a un ritmo asombroso. Tuvo la primera crisis ministerial apenas una semana después de haber formado el Gabinete, con el infortunado deceso político de Máxim Huerta, el efímero ministro de Cultura. Y tuvo la primera "melé" parlamentaria con el vergonzoso festín en el que se repartieron el control de TVE con los mismos independentistas que niegan la existencia de la E de la televisión pública. Ironías de la vida.

El pecado original del nuevo Gobierno socialista está en aquella vieja frase de El Gallo, el inefable torero filósofo: lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Conquistar el poder a través de una alianza con tus adversarios augura un porvenir incierto. Se pinte como se pinte, el acercamiento de los presos etarras al País Vasco y de los catalanes a Cataluña es una concesión política. Es bastante posible que sea una medida razonable -de hecho lo es-, pero inscrita en el contexto de los apoyos que recibió Sánchez más parecen un peaje en diferido, al estilo del acuerdo de Cospedal con Bárcenas. Una manera de mantener los frágiles apoyos de un Gobierno de izquierda moderada que para sacar adelante sus políticas tiene que apoyarse forzosamente en dos partidos conservadores -PNV y PEDCat- y en su izquierda adversaria; Podemos y sus confluencias.

Pedro Sánchez y el éxito impredecible de su moción de censura han dado al PSOE parte de los votos que se habían marchado, desencantados, a su izquierda (para desencantarse aún más con la evolución de Podemos). Pero el desgaste puede empezar en cualquier momento. Esta semana se presentó como un éxito el encuentro entre Pedro Sánchez y Quim Torra. Una tarea inútil cuando a la vuelta de Madrid, el presidente de la Generalitat afirmó que los dos temas más relevantes de los que hablaron fueron la situación de los "presos políticos" y el derecho de autodeterminación de Cataluña. Considerando que según el relato oficial no hay presos políticos en España y que la independencia es ilegal, ¿cómo se puede hablar tanto tiempo de dos cosas imposibles?

Quim Torra, condescendiente, añadió además que había visto a un presidente Sánchez "que escuchaba y tomaba nota" , como un buen alumno. Y confesaba que le había gustado esa actitud de Sánchez. Tanto que para calificar la reunión dijo: "hoy hemos abierto un hilo de esperanza". Siendo que la esperanza de los soberanistas catalanes es la declaración de la república y la independencia, si Torra vio algo no fue un hilo, sino una cuerda con un nudo corredizo. La que se ha puesto el joven presidente socialista alrededor de su cogote político.

Pedro Sánchez no está grillado, ni muchísimo menos. El presidente sabe que camina sobre el filo de la navaja en su nueva "política con Cataluña". Pero ha tenido el valor -como en tantas otras cosas en su vida- de lanzarse a un mar infestado de tiburones. Ha ganado una foto amigable en la fuente donde Machado vivió un amor crepuscular -¡los jardines de La Moncloa han visto tantos crepúsculos!- y reabrir la comisión bilateral entre Madrid y Cataluña, perfectamente legal y estatutaria. Ha ganado titulares y tiempo.

No sería una mala estrategia si al otro lado no estuvieran subidos a lomos de un tigre al que agarran por las orejas. Torra no lidera nada, porque es un prisionero de la revolución y la república. Si suelta las orejas y se baja se lo meriendan. Es un mandado de los "comités de defensa" para los que solo existe el todo o nada. No hay capacidad de negociación porque la soberanía no es negociable. Estamos solo en la primera fase de un proceso que escalará imparable hacia mayores crispaciones.

Por eso Torra ha tenido que decir, a su regreso a Barcelona, que él ha vendido su libro y que no piensa invitar al jefe del Estado, el rey Felipe, a los actos institucionales por las víctimas de los atentados terroristas.

Es difícil dudar de la buena voluntad del presidente Sánchez. Y de su ambición de resolver el nudo gordiano del secesionismo. Pero ha embarcado a su Gobierno en una aventura incierta. Desde la perspectiva subjetiva de un nadador, es lo mismo dar brazadas en un río que en un lago. Pero desde el punto de vista de quien lo observa a distancia, se puede ver que en el primer caso le lleva la corriente y en el segundo es el propio nadador el que controla su rumbo. La travesía de Pedro Sánchez, gran plusmarquista de la supervivencia, le lleva a toda velocidad rumbo a una catarata de la que ya se escucha el ruido. Y suena como una gigantesca sardana.