Tiene mucha razón Ortsac (Castro) con su comentario titulado: "¿Más de aquello?", publicado en las cartas al director de este medio el pasado lunes 9. Dada su edad, pudo presenciar directamente los terribles y dolorosos acontecimientos ocurridos en España en el siglo pasado, y pone el dedo en la llaga tratando de demostrar lo sectarios que han sido los historiadores que escribieron esos sucesos, una Guerra Civil en la que se enfrentaron los españoles desde julio del 36 y que duró varios años, aunque parece que no ha terminado.

Cada vez que llega a la Moncloa un inquilino socialista, en esta ocasión por la puerta de atrás, su primera iniciativa es siempre recordar el enfrentamiento. Sánchez es otro Zapatero, lleno de odio y rencor, cuya primera medida no es otra que volver a vivir el pasado y poner de nuevo en marcha el duelo entre hermanos, no dejan descansar en paz a los muertos de una guerra que provocaron y perdieron. ¡No se cansan! Han pasado 80 años, tuvimos una transición que nos llevó a un período de pacificación de 40 años gracias a la instauración de la democracia y de una Constitución con la que regirse, pero España vuelve a enfrentarse, y por los mismos motivos: Cataluña.

No viví esa batalla porque nací en el 36. Entonces vivíamos en Las Palmas y después en Tenerife, pero desde los 6 hasta los 17 años sí padecí la postguerra en Jaén, de donde regresé en el 53. Tengo ya edad para no callarme las cosas, y también creo tener conocimientos suficientes y vivencias para dar una opinión lo más certera posible y muy acorde con el sentir del señor Castro. Me considero apolítico aunque tengo ideas conservadoras. Jamás he pertenecido a un partido, y por supuesto no soy franquista ni falangista y ni siquiera he sido flechilla, como era casi toda la juventud de mi época. Me crié en una familia de clase media baja con once componentes y algún colado del pueblo, que se regía por el amor y el cariño. Fuimos felices con mucha escasez, cuando el hambre se mataba con un chusco de pan con aceite de oliva, azúcar o sal; y en alguna ocasión caía una jicarilla de chocolate. Cuando empecé a trabajar aporté mi salario a la olla común y a partir de ese momento mejoró algo la situación económica de la familia. Mis padres fueron dos grandes colosos trabajadores que supieron sacarnos adelante con enorme esfuerzo y educándonos con valores como la dignidad, el respeto y el amor, con los que bastó para saber que no es necesario tener odio o rencor, palabras que jamás han formado parte de una familia en la que desgraciadamente ya faltan muchos, y los que quedamos, avanzamos lo que la edad y la salud nos permiten, con pastillas y con lo que Dios mande.

Durante ese largo periodo de cuarenta años jamás me beneficié del régimen. Tampoco resulté perjudicado ni acosado ni avasallado, traté de no meterme en problemas. Aceptamos el sistema y vivimos viendo cómo crecía el país y el progreso avanzaba. Habría opositores, pero la mayoría estaba agradecida de tener estabilidad, de vivir con tranquilidad y, sobre todo, de que hubiera paz, sosiego y respeto. Con la llegada de la Constitución, empezaron a salir a la palestra todos los falsos progresistas que se erigían como demócratas de toda la vida. Lo curioso es que en tantos años de vida social y cultural en Tenerife, jamás me encontré a alguno, por lo visto vivían ocultos. Incluso, a riesgo que me tomen por petulante, no conozco a ninguno que pueda aventajarme en cuantas actividades he participado a favor de esta tierra, siempre de forma altruista y desinteresada.

Lo que existe hoy en día es mucho arribista, olvidadizo e irresponsable. Aprovechados del actual sistema del que no pretenden apearse ni con agua caliente. En vez de destruir, integren. El monumento de la esquina de la Rambla con la avenida de Anaga lo pagó el pueblo. Acondiciónenlo, renómbrenlo y presuman de él antes de tirarlo abajo. ¿Para qué tienen a tantos eruditos en los organismos? Las autoridades tienen que dar ejemplo, demostrar que no es malo recordar el triste pasado de una parte de nuestra historia. Se llama reconciliación.

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