Mediaba el siglo X cuando la dinastía Omeya levantó una ciudad destinada a convertirse en la sede del Califato de Córdoba. Por lo que hoy sabemos superaba en belleza y lujo a la mayoría de las construcciones árabes de Andalucía, pero poco después, recién terminada y en su máximo esplendor, se abandonó y permaneció en el olvido hasta 1911, cuando se constató su existencia y su misterio. En 1924 se realizaron las primeras excavaciones que, para agrandar su leyenda, tuvieron intensos periodos de actividad y pausas de sangrante abandono.

Un siglo después y con sólo el diez por ciento rescatado, la Unesco la incluyó en la ilustre nómina del Patrimonio de la Humanidad y dio todas las bendiciones a su programa de actuación, que determina, por razones de seguridad, no aumentar la superficie excavada hasta la conclusión de la investigación y recuperación total de los distintos yacimientos.

Hace cuatro décadas conocí sus poéticas ruinas, los vestigios de una arquitectura ligera y elegante y los sugestivos ornamentos que anticipaban las ocultas maravillas. En esta primavera, y con los buenos oficios de un amigo, descubrí los elementos de un conjunto urbano con infraestructuras y edificios resucitados y resueltos en nítidas lecciones de historia y de arte; admiré objetos, herramientas y lujos cotidianos de geniales diseño y funcionalidad; y comprobé que, en cuanto quedaba por aflorar, estaba la síntesis gloriosa de ocho centurias de presencia árabe que dejaron un poso de cultura, ciencia y arte sustantivos e inolvidables.

Unido a los cuarenta y siete monumentos y ciudades calificados como Patrimonio de la Humanidad, se trata del único conjunto urbano de origen árabe conservado en su totalidad; una enciclopedia de conocimientos constructivos, científicos y etnográficos de singular interés. Y, como conclusión, Medina Azahara es el testimonio de una ciudad hermosa y desgraciada que, doce siglos después de la injusticia extraña de su desaparición, emergió de la tierra que la sepultaba para asombro contemporáneo y elogio de un pasado que no sólo dejó ecos de guerra y de conquista sino espléndidas obras de paz.