Hace unos días me encontré con una familia que en su día tuvo que emigrar a Venezuela porque aquí, en estas islas, a finales del siglo pasado, no cabíamos todos, y me quedé absolutamente impactado cuando me contaba, de manera desgarradora, en lo que se ha convertido mi segundo país, el país de tantas y tantas oportunidades para " los Isleños".

El paisano tenía una distribución en el "Mercado Mayor de Coche". Este mercado abastece a la ciudad de Caracas de verduras, hortalizas, frutas, y víveres en general. Ciertamente "tenía" porque tuvo que huir por varios motivos: ya no había absolutamente nada que distribuir, la ultima vez que lo asaltaron casi lo matan y se ha creado una mafia donde los principales sufridores son los pequeños empresarios, sobre todo isleños de Canarias o de Madeira, que copaban prácticamente todos los establecimientos de distribución en este mercado mayor.

Me cuenta mi paisano que " día sí y día también" llegaba la Guardia Nacional Bolivariana y se llevaban la poca mercancía que tenían en su establecimiento en este marcado, bajo la acusación de "acaparador". Una mañana ya no volvió a abrir después de casi cincuenta años acudiendo a eso de las tres de la madrugada al Mercado Mayor de Coche y llegando a su casa por la zona de Chacao a eso de la una de la tarde haciendo todos los días la misma rutina. A las cinco, se congregaban con otros paisanos en una pequeña tasca que emulaba las españolas para hablar de las Islas y " echar" una partidita al envite.

Mi paisano pudo ver cómo sus dos descendientes, una medico y un ingeniero civil tuvieron que irse a la estampida buscando nuevos horizontes. Su hija se fue con sus estudios homologados bajo el brazo a Panamá y su hijo (amenazado de todo los que se nos pueda ocurrir), por no estar de acuerdo con el régimen venezolano, salió vía Colombia, hacia Santiago de Chile, también con algunos dólares en el bolsillo, su familia y sus títulos para poder iniciar una nueva vida en este país del Cono Sur y de manera obligada. Ya nada le unía a un país que tanto le ofreció y que mi paisano lo pagó con décadas de sacrificio continuo.

Venezuela nunca fue un país donde sus ciudadanos emigrasen, pasaba todo lo contrario, recibían a personas llegadas de todos los rincones y continentes del mundo. Los isleños se dedicaron sobre todo a la agricultura; los comerciantes de textil procedían de Siria, Líbano y Turquía; los portugueses trabajaban mucho el pequeño comercio y era muy típico que en las telenovelas venezolanas hubiese un personaje que regentaba las conocidas bodegas y abastos; los italianos fueron los que impulsaron la restauración; los alemanes crearon un pueblo entero llamado la Colonia Tovar asemejándose a cualquier pueblo de las montañas alemanas, y las personas que llegaban de Colombia, Argentina, Perú, Ecuador, República Dominicana o Chile se dedicaban a trabajar en el sector de servicios.

También llegaron americanos para trabajar en el sector petrolero, además de ingenieros canadienses, ingleses y un largo etcétera. Pero ya todo eso pasó. La inmensa mayoría ha regresado a sus países de origen porque no se puede permitir vivir bajo esa incertidumbre de qué comerán mañana por el enorme desabastecimiento o con una inseguridad que hace que a las seis de la tarde tengas que estar enclaustrado en tu casa.

Ahora se está produciendo una fuga de talentos y es lo peor que le puede pasar a un país y es lo que le está pasando a nuestra querida Venezuela. Miles de personas profesionales, preparadas, con experiencia y muy formadas han abandonado el país. Médicos, ingenieros de todas las ramas, personal sanitario, arquitectos, ingenieros informáticos, expertos en aeronáutica, periodistas y diseñadores gráficos de primer nivel, licenciados en administración de empresas, mecánicos y un largo etcétera han tenido que salir urgente a otros países y trabajan de camareros o taxistas, o en labores domésticas, esperando su gran oportunidad para poner en práctica todos los conocimientos adquiridos y sus profesiones reales.

Huyen de la desidia, de una situación inaguantable, de protección a su vida, de la búsqueda de un futuro mejor para sus hijos, que están empezando a crecer; huyen de la falta de oportunidades y de un país que se ha ido a la deriva y al que costará muchos años volver a ser la Venezuela acogedora, tolerante y humanista que fue.

Un país que pierde su principal recurso, que son las personas formadas para generar competitividad, mejorar la producción, producir empleo de calidad, trabajar en la investigación, aumentar la calidad de vida y la seguridad en todos los sentidos, va directamente a la deriva como está sucediendo en este maravilloso y añorado país.

Y es que tener un padre que no haya nacido en Venezuela es una enorme fortaleza para cientos de miles de personas que añoran poder ejercer un derecho que es la adquisición de la nacionalidad de sus padres o, en muchos casos, de sus abuelos. Adquirir la nacionalidad de aquellos que tuvieron que emigrar se ha convertido en el más codiciado de los deseos para poder trabajar en regla.

La esposa de mi paisano con el que me encontré hace días se estaba tratando de un cáncer de mama porque en Venezuela no había quimioterapia para poder ofrecerle y los médicos le fueron muy claros : "o se va a otro sitio donde exista este tratamiento o se muere". No se lo pensaron un segundo y la señora ya está intervenida y recuperada.

Esta es una realidad que es tangible y comprobable. Basta con escuchar a algún pariente que esté en Venezuela, ver los avisos de empresas de transporte que trasladan a Venezuela alimentos y provisiones de la cesta básica o visitar las oficinas de emigración, al final de la calle La Marina en nuestra ciudad, para darnos cuenta y comprobar que la situación es realmente dantesca, absolutamente dantesca.

Como dice un estribillo de una canción popular venezolana: "Venezuela, Venezuela, despedirme no quisiera pero no encuentro manera".

*Vicepresidente y consejero de Desarrollo Económico del Cabildo de Tenerife