Un grupo de taxistas rodea a un coche de Cabify -su nueva competencia, con coches modernos que no huelen a tigre de bengala- en Barcelona. El chófer del vehículo sale para decirles que dentro va una familia con una niña. Da igual. Los taxistas comienzan a darle patadas al vehículo, a tirar objetos contra las ventanillas y a pintarlo con un espray. Los viajeros, dentro, aterrorizados.

Lo peor no es la violencia. Es la explicación. El representante de los taxistas, ante las cámaras de televisión, no se limitó a condenar el acto sino que intentó justificarlo razonadamente. Vino a decir que los causantes de la agresión no fueron en realidad los taxistas sino los que no habían concedido a los taxistas lo que estos exigían. O sea, un argumento fantástico para justificar cualquier cosa: yo no te mato porque sea un asesino, es que me has provocado.

El problema latino en general es una ceguera pasional. Pero, sobre todo, un vicio en el análisis que permite aplicar una generosa ley del fonil. La parte ancha siempre es para los nuestros y la estrecha es con la que medimos al adversario.

El secretario general de Podemos, el señor Echenique, considera que lo del uso del avión oficial por Pedro Sánchez para ir a Castellón a ver un concierto es un tema de género menor. No le voy a llevar la contraria. Se la lleva él. En realidad se la llevan todos a sí mismos. Cuando Rodríguez Zapatero usó el avión para ir a algunos mítines o a sus vacaciones particulares, los populares lo pusieron a caer de una higuera. Pero cuando Rajoy se fue a un acto del PP, desde Bruselas a Vigo en el avión oficial, pasó exactamente al revés. Los partidos cambiaron de posición y de argumentos para ponerse a parir y defenderse.

Podría pensarse que es puro cinismo. Pero es mucho más. Tiene que ver con la baja catadura política en España. Con la falta de grandeza. Con la mentalidad demoscópica y oportunista que ha impregnado a todos los aparatos, plagándolos de ambiciosos e inteligentes depredadores con las mandíbulas llenas de titulares afilados como cuchillas.

El último viaje de Rajoy a Polonia, para ver a "la roja", fue criticado por la oposición llamándolo irresponsable. Era una "agenda cultural deportiva diurna" parecida a la de Sánchez. Se sacaron las cuentas del whisky que se bebía en el avión y del menú de sus acompañantes. Lo mismo pasó con un viaje aniversario del AVE a Sevilla. La oposición se abalanzó sobre el exceso de personal y sobre la barra libre que se había organizado para que las autoridades populares se mojaran el gaznate.

¿Y ahora? Pues lo contrario. Se intercambian los papeles pero el teatrillo sigue siendo el mismo. Si no fuera porque sé que se odian, pensaría que se lo tienen montado para tomarnos el pelo. Pero no. No es inteligencia malévola, ni manipulación. Es simplemente estupidez.