(Spencer Johnson escribió un libro de motivación titulado "¿Quién se ha llevado mi queso?", publicado en 1998. Es una parábola basada en ratones indecisos y desorganizados y otros hábiles y competitivos, que se dedican desesperadamente a buscar depósitos de queso).

Estimado tío:

Te escribo estas líneas consciente de que hace ya muchos años que nuestros caminos se cruzaron. En aquellos años me puse del lado del plátano canario. O sea, del tuyo. Porque soy de pueblo y sé -lo aprendí viéndote, cuando era niño- lo que es levantarse de madrugada para irse casi a oscuras a reventarse cargando piñas, cortando hojas, desflorando plátanos y, en general, rompiéndose el lomo para ganarse la vida con una capucha hecha con un saco y la ropa manchada con esa savia pegajosa que nunca sale. Me acuerdo de verte ir muchas madrugadas a la finca de Tazacorte y verte regresar bien entrada la tarde, deslomado y sudoroso después de haber trabajado todo el día. Nunca saliste de pobre, pero ese fue el destino de muchos que, como tú, creyeron que el queso se ganaba sin salirse del laberinto.

Pero precisamente por miles de personas como tú, muchos nos pusimos del lado del plátano canario, para que los agricultores de las Islas estuvieran dentro de la Política Agrícola Común. Esa en la que Europa se gasta cincuenta mil millones en ayudas, al estilo de Andalucía con las peonadas, para que luego digan. Y para que los pobres agricultores canarios recibieran subvenciones. Pero sobre todo se luchó -y mucho- para que pudiéramos mantener la reserva del mercado peninsular. Porque a pesar de los cuentos chinos que siempre nos habían contado -que si el mercado europeo, que si Portugal, que si Francia, que si Alemania...- todos sabíamos que donde siempre estuvo y está el negocio es en el mercado platanero español. Y en que España blindó sus fronteras con aranceles para que no entraran producciones de terceros países.

Canarias renunció entonces a quedarse fuera de la unión aduanera y a mantener los restos de sus puertos francos. Lo hizo, créeme, básicamente por dos cosas: porque teníamos miedo a estar políticamente lejos de Europa y geográficamente cerca de África y porque queríamos defender las exportaciones de plátanos. Y punto pelota. Todo lo demás es literatura.

Los que controlaban el sector fueron los ratones listos del cuento. Aprendieron de lo que les pasó a los tabaqueros canarios, que se arruinaron porque dejaron la distribución de sus cigarrillos en manos de la competencia: Tabacalera. Que claro, se los ventiló. Los ratones listos crearon su propia empresa en Madrid, Eurobanan. Se asociaron primero con gente que sabía vender en los grandes mercados peninsulares (la familia Rey). Y después se hicieron socios de una multinacional frutera, Fyffes. Aquí se ponían el gorro de humildes empresarios canarios frente a los poderosos productores centroamericanos que explotan a los pobres agricultores y tal. Y en Madrid firmaban un acuerdo con uno de los mayores "explotadores". Así es la vida. Tú seguías plantando y recogiendo plátanos, mientras ellos, en tu nombre, se hacían con el queso peninsular. Y encargaban a una empresa publicitaria de Valencia -siempre por concurso y siempre la misma empresa- unos ocho millones al año en campañas de "mentalización" exaltando los valores del producto canario. Naranjas y plátanos, al final, se daban la mano.

Ahora mismo, el plátano sigue vendiendo cuatrocientas y pico mil toneladas al año. Incluso se superan las cifras históricas. Pero, mira tú por donde, la venta de banana centroamericana ha aumentado hasta cubrir un 30% de la demanda del mercado peninsular. O sea, que crece el plátano y crece la banana. Y casi todo va a parar al mismo bolsillo. Porque quien vende una cosa también vende la otra. Nos hemos convertido en nuestra propia competencia. Y por lo que dicen las cifras, a los dos -a nosotros y a nuestra competencia, que también somos nosotros- nos va de cine. Claro que de la banana no ves un duro. Pero a eso vamos.

En el año 2017 el plátano recibió de Europa una subvención de unos 140 millones de euros. En realidad es bastante más, pero vamos a no meternos en berenjenales de transporte y otras hierbas. Lo dejamos ahí. Ciento cuarenta millones. Y como en ese año se vendieron 430.000 toneladas, sale, querido tío, a poco más de 0,32 céntimos de subvención por cada kilo de plátano. Que es casi la misma cantidad que cobró el agricultor por cada kilo vendido. O sea, que si hoy estuvieras vivo seguirías mal cobrando y dependiendo de una subvención que te tendría dócilmente calladito la boca.

Y nada, que quería decirte que ya sabes, por si te lo preguntas, quién se llevó tu queso. Digo, tu plátano. Pero como ya estás difunto seguro que no te importa. Podría decir que moriste con la felicidad de un pobre ratón de los que nunca llegaron a saber lo que es el queso.