Una vez escuché a Antonio Machado (nuestro biólogo) decir que se sentía orgulloso de que sus cuatro hijos hayan hecho con sus respectivas vidas lo que quisieron en cada momento, y que hoy fueran felices. Y claro uno se pregunta cuánto de suerte hay en eso. O por lo menos cuánto de alguna incógnita por despejar. O quizás, qué denominador común existe para que cuatro hijos, haciendo lo que les antoja en cada momento de su vida hayan logrado sentirse felices; entendiendo la felicidad como la consecución de las metas que uno se traza en la vida sin que un ente superior, como un padre, supervise en cada momento y cada paso a cada uno de sus cuatro hijos. Obviamente, me vino a la cabeza qué papel jugaría la madre en todo esto, porque no es lo común en las familias lo que estoy contando. Y supongo que el papel de la madre es más que el meramente aparente.

Si no conociera a los hijos ya adultos, hubiera pensado que Antonio se estaba tirando el rollo para fardar, pero no es el caso. Hace años escuché que los hijos no hacen lo que los padres dicen, sino lo que los padres hacen, y quizás sea esta una de las claves para que cuatro personas sigan un rumbo que las lleve hacia la felicidad: más allá de sortear los escollos del día a día. Una amiga psicóloga me comentó una vez que todos somos víctimas de víctimas, y si nuestros progenitores fueron la resultante de vaya a saber usted qué infancia o juventud, aquello los marcaría toda su vida, exactamente igual que ellos marcarían para mal la vida de sus hijos. Y por eso hoy es tan importante aprender a modificar nuestros estados de conducta. Se trata simplemente de romper lo que nos han inculcado para construir algo que nos satisfaga y con lo que poder ser feliz. Y si bien el movimiento está casi en pañales, es la gran revolución del siglo XXI.

@JC_Alberto