La inteligente, valiente y bellísima Ayan Hirsi Alí fue expulsada de Harvard. Siguió el rumbo de Salman Rushdie antes de que eso ocurriera: el exilio seguro en EE UU. De origen somalí, sufrió la ablación de niña, lo que supuso la enemistad definitiva con el islam. Dueña de un coraje excepcional acabó en Holanda, donde se licenció en Ciencias Políticas y trabó amistad con el cineasta Theo van Gogh, llegando a ser diputada en el Parlamento holandés. Cuando el terrorismo islámico asesinó a su amigo, optó por marcharse a EE UU comenzando a impartir clases en Harvard. Militante feminista, su programa era muy beligerante con el islam.

Los alumnos de Harvard consideraron que las encendidas convicciones de Ayan Hirsi Ali resultaban radicales y por ello molestas, y que no debían soportar un tono tan poco confortable. Sus protestas fueron escuchadas y la feminista antiislamista hubo de abandonar Harvard. Sin duda la corrección política se iba perfeccionando y extendiendo su campo de aplicación. Casi todo el mundo se había vuelto intocable, muy delicado, de sagrada sensibilidad, fácilmente ultrajable.

Mucho antes que naciera Me Too, EE UU se había convertido en el primer exportador mundial de la corrección política. La gran potencia americana destaca aún más que por su poderío militar como potencia cultural en lo que arrasa, al punto de ofrecer la cobertura ideológica y cultural al progresismo patrio que el pin de solapa populista es incapaz de prestar.

Toda la conceptualización del relativismo cultural: narrativas, micropoderes, subjetivismo, plurilegitimidad, heteropatriarcado, ya figuraba en los textos fundacionales de hace 40 años de Derrida, Foucault y compañía, que uno leía inocentemente. Filósofos franceses que se hicieron con los departamentos de letras de las universidades americanas, hegemónicas mundialmente.

Aquel núcleo irradiador se ha propagado hasta modelar la cultura y psicosociología de esta época. ¿Qué dirían hoy Foucault y Derrida viendo dónde ha llegado su influjo como coacción cultural y modelación de nuevos valores? El victimismo, el recurso desgarrado a la victimización de separatistas catalanes, mujeres, minorías, tataranietos de republicanos santos, es la gran causa de legitimidad, es la nueva religión con las liturgias del perdón y redención. Un imaginario del dolor y sacrificio. Para que no se anulen entre sí tantas pulsiones victimistas han erigido el gran satán: el hombre blanco. Me advierte mi hijo, residente en Washington y en Madrid por trabajo: pronto os va llegar el concepto y argumento fuerza de "privilegio" con el que varón blanco acarreará el estigma de único responsable en el océano de víctimas. Prepárate.