En unas cuantas décadas creo que somos muchos los que coincidimos en que gran parte de la clase política ha bajado en intelectualidad, en categoría profesional y en la concepción de lo que es la política en sí misma. Los presidentes, por ejemplo, no tienen un límite de tiempo para ostentar su cargo, como ocurre en los Estados Unidos, que solo pueden desempeñarlo cuatro años. Y eso tiene la bonanza de que se puede hacer política como uno piensa, porque aborde una situación de una manera u otra, al final se va a ir a su casa. No tienen que estar ganándose el favor del respetable en cada decisión para seguir en el machito "per sæcula sæculorum". En la primera potencia económica mundial no se puede estar mandando de por vida, mientras en nuestros lares, si uno consigue el parabién de los ciudadanos, puede estar toda una vida. Y tiene sus cosas malas, además de sus cosas buenas, supongo. Bueno, perdón, a los presidentes de los gobiernos y de los ayuntamientos no los elige el pueblo, sino los representantes de cada cámara y los votos que estos sumen. Únicamente en los cabildos gobierna el cabeza de la lista más votada. Eso sí, al día siguiente le pueden poner una moción de censura.

En cualquier caso, la clase política ha perdido un prestigio del que gozaba. Tiempo atrás, muchos más mandatarios públicos tenían más formación, educación, prestigio y respeto los unos por los otros. Hoy, en ocasiones, por ejemplo el Congreso se ha convertido en una pantomima ideológica en la que algunos cambian de comunistas a socialdemócratas de un día para otro para no perder o ganar votos. Muchas veces la política se ha convertido en una miseria donde las personas formadas y con educación huyen para que no los tilden de mediocres y de llevar a cabo una gestión mediocre que para ellos antes de entrar a un cargo era el "non plus ultra", porque, profesionalmente, por ejemplo, no eran nada. Y hoy los buenos están en sus despachos y, quizás, demasiados mediocres están en las poltronas. Y claro, así nos va.

@JC_Alberto