Desde siempre, por mi curiosidad innata he sabido que la tradición de la fiesta de la Virgen de Candelaria, del 2 de febrero, terminó trasladándose a la festividad de la Asunción de María, el 15 de agosto, en plena canícula veraniega. Una medida prudencial que fue motivada por las penurias climáticas que sufrían los fervorosos peregrinos que acudían como un solo andariego a visitar a su Virgen. Y esto fue así hasta que las copiosas nevadas de entonces y las afecciones climáticas originaron más de una tragedia personal, con un saldo de vidas de fervientes romeros, inmolados por las consecuencias de los temporales y las bajísimas temperaturas reinantes en las cumbres de la Isla, al tratar de salvarlas para luego descender hacia el valle de Güímar a través del conocido y temido barranco de Badajoz por la caldera de Pedro Gil.

Así, pues, como hemos dicho, esta tradición se vio sumamente coartada por el suceso ocurrido durante la denominada Pequeña Edad del Hielo, que fue un enfriamiento repentino durante un periodo de tiempo coincidente con la fecha en que los fieles se aventuraban a los caminos y senderos para visitar a su Patrona y cumplir de paso alguna de sus promesas por los bienes concedidos de su magnánimo poder. Fruto de este incidente, se enterraron en 1714, en la parroquia de Santa Ana, los cuerpos de cinco mujeres, merced a la colaboración de la Santa Misericordia, pues eran de una pobreza extrema; fallecidas presumiblemente a consecuencia de congelación por alguna nevada imprevista; fenómeno harto habitual en el apogeo del invierno. Este suceso, que llegó a oídos de la concurrencia de romeros que poblaba la festividad en la villa mariana, no hubiera tenido más trascendencia sino hubiera nacido a la leyenda el nombre de "La Flor de la Gorgolana". Esta tradición oral, conocida por vecinos de Arafo y Candelaria, se refiere a una bella joven procedente de un lugar denominado La Gorgolana, que murió en el camino, probablemente por congelación, cuando se dirigía a pie por la inhóspita cumbre hasta la villa mariana. Su cuerpo, según la tradición, fue enterrado en la iglesia de Santa Ana y aún pervive el pareado popular que dice: "La Flor de la Gorgolana/la enterraron en Santa Ana?".

Debido a la diversidad de denominaciones, es improbable que se pueda dilucidar el origen de su procedencia, sin embargo, según criterio del artífice de esta leyenda, Octavio Rodríguez Delgado, se puede aventurar que la lógica racional la sitúa desde el Norte insular, atravesando la cumbre para bajar por Arafo hasta Candelaria; presumiblemente desde el valle de La Orotava. O lo que es lo mismo, que esta bella peregrina sería otra víctima más de las inclemencias meteorológicas, habida cuenta la poca capacidad económica para trasladarse convenientemente equipados con ropa de abrigo, y sobradamente alimentados. Una premisa que no abundaba en aquellos tiempos, que se sustentaba sólo en la devoción a María Candelaria y sus milagros consecuentes.

Resulta evidente que la fiesta del Beñesmer guanche tomaría carta de naturaleza frente a la celebración litúrgica del 2 de febrero. Fecha en que, por cierto, se inauguró la actual Basílica, gracias al apoyo de las donaciones otorgadas por la feligresía, y fue el prelado nivariense don Domingo su emocionado protagonista. Una efeméride en la que me cupo el honor de ser un ocasional participante en el coro de la solemne misa inaugural del Santuario Mariano.

Sea como fuere, en breves días seremos testigos un año más de la afluencia peregrina hacia el centro de la Isla, y de todos estos recuerdos nos quedaremos con el del criado de Juan Primo de la Guerra, que lo acompañaba a pie mientras él iba montado a caballo hasta la villa, y a consecuencia de ello enfermó por enfriamiento. Algo igual debió ocurrirle a las cinco mujeres fallecidas por congelación, especialmente a la Flor de la Gorgolana, la joven cuya bella faz pasó a mejor vida en una fría madrugada de febrero en su peregrino andar por la senda de la Virgen.

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