De un tiempo a esta parte se ha instalado en nuestra sociedad la moda de que hay que ser feliz en el día a día. Un mantra diabólico, por inexistente, y un camino que está enfermando a demasiadas personas que son incapaces de darse cuenta de lo estúpido de esta creencia. Mi tocayo José Carlos Ruiz, doctor en Filosofía, reivindica el pensamiento crítico y la lucha contra unos cánones imposibles de seguir por nadie. Se nos ha vendido un patrón falso, una ausencia de sentimientos que el ser humano lleva dentro desde su creación, la tristeza, la ira o el desasosiego. Sin ellos no seríamos humanos. Sin embargo, toda una gran industria creada por humanos nos insta a ser felices como reto del comienzo de este siglo. Es el sempiterno reto de luchar contra el otro, solo que hoy siendo "visiblemente" más felices. Lo más duro es que no se trata de ser más feliz, sino de, además, proyectarlo en la calle y, sobre todo, por las redes que tanto daño hacen a quienes las utilizan sin una ética aprendida.

Nos venden una felicidad postiza, de quita y pon, nos quieren convertir en adictos a experiencias emocionales vibrantes. Y ahí la oferta es infinita: el restaurante de moda con cocina fusión, el último "gadget", el "mindfulness"... Está calando una felicidad de momentos encadenados unos con otros. Y muchas veces basados en la economía. Y cualquier persona es susceptible de tener su propio concepto de felicidad y poder cambiarlo. Sucede que, cada vez más, la industria nos ofrece un placer inasequible y, por ello, cada vez más, hay un enorme puñado de gente insatisfecha y desdichada. ¿Y entonces? Entonces la felicidad es un modo de ser, de ver la vida, de ir construyendo nuestras preferencias. De ir construyendo un edificio que también tiene lutos, pero con la mirada puesta en la crítica. Porque hoy nadie se para mucho en nada, lo rápido es lo perfecto, y la vida se sustenta en dos o tres cosas básicas donde se incluye el amar y la reflexión. Y ambas van desapareciendo.

@JC_Alberto