Todos los veranos tenemos algún incendio. Una gigantesca hoguera de todas las vanidades en las que se suele quemar algún prójimo al que se le aplica la estricta vara de medir con la que escrutamos la longitud del prójimo. En este cálido agosto se mezclan las lenguas de fuego de dos pavorosos siniestros. El que persigue a Casado, con uno de esos máster de "compromiso" que se expiden en las universidades españolas para gente importante y afines al rectorado, y el que amenaza a la mujer que decidió casarse con un militante socialista que ha terminado siendo el presidente del Gobierno.

Los tertulianos de este país de tertulias se han dividido entre los que piensan que Begoña Gómez tiene suficientes méritos profesionales para ocupar sus nuevas responsabilidades en el Instituto de Empresa -un centro que recibe financiación pública- y los que creen que la mujer del César tiene que extremar hasta el paroxismo su apariencia de honradez. La realidad es que la política nacional está plagada de casos en los que exmilitantes ilustres de partidos, primos, hermanos y demás familiares, han terminado ocupando puestos de responsabilidad en entidades públicas o consejos de administración de empresas con grandes intereses que dependen de las administraciones. No existe un partido que no padezca esa recurrente aluminosis en donde se mezclan las relaciones personales, de militancia o parentesco, con puestos de responsabilidad.

El problema, básicamente, es que todos lo disculpan y razonan cuando les afecta y lo condenan cuando le toca al de enfrente. El mismo Pedro Sánchez, antes de ser el flamante presidente, lanzó un dardo envenenado contra un ex consejero de la Comunidad de Madrid, del PP, que acabó dando con su osamenta en el mismo Instituto de la Empresa en el que ahora entra su esposa. Es "lamentable", dijo, que Juan José Güemes, sea director del centro de emprendimiento del IE "emprender no es apropiarse de lo de todos". ¿Con esa vara de medir, con qué se puede esperar que te midan a ti?

A falta de una norma general que regule de forma escrupulosa este tipo de sucesos, el mercado de los puestos, los máster y las puertas giratorias está expuesto al mal juicio de cada uno. Al inclemente y siempre ácido acontecer de los medios de comunicación y sus simpatías. Y a la opinión de un país donde todo el que tiene un cuñado se salta una cola. Porque lo que uno tiene que admitir, mal que le pese, es que la norma general en España es el atajo y la componenda.

Los fuegos arden y se consumen y sólo quedan las cenizas. A veces hay víctimas y a veces sólo humo. El furibundo entusiasmo que tenemos por linchar se corresponde con una enorme capacidad para la amnesia. Estos casos pasarán, pero seguirá indemne el bosque de los intereses creados. Porque no son ellos, somos todos. Sepulcros blanqueados que nos escandalizamos de lo que forma parte atávica del patrimonio nacional.