En cierto modo, todos los que nos hemos hospedado en un hotel -independientemente de sus estrellas-, hemos sido viajeros; viajamos ya sea por necesidad, trabajo o placer, y la mayoría de las veces buscamos un lugar idóneo para descansar, más o menos lujoso y/o cómodo, en función de lo que en cada momento necesitemos. Pero si nos ceñimos a cuando nos revestimos de turista -ya saben, ese que recorre los caminos y las ciudades por puro placer de descubrir nuevas experiencias y sensaciones-, lo que necesitamos es un lugar agradable, limpio y tranquilo, cuyo entorno, ambiente y decoración promuevan el descanso y el esparcimiento.

Pero por desgracia, y desde hace algún tiempo, las nuevas tendencias en el diseño de hoteles - sobre todo los denominados "resorts" o complejos vacacionales-, tanto en su aspecto externo como en el ambiente y diseño de interiores, se han dejado llevar no solo por la tecnología -que eso está bien siempre que esté para facilitarle la vida al cliente y no para complicársela-, sino por un absurdo diseño que podemos denominar "hospitalario", ya que prevalecen el color blanco y las líneas rectas y, sobre todo, un "minimalismo pesetero y talibán" donde con cuatro muebles quieren decorar (?) una habitación por la que luego te cobran un pastizal.

Es la moda del blanco: fachadas, zonas comunes, habitaciones con sus suelos techos, paredes e incluso moquetas totalmente níveas; así como cuadros, cortinas, estores, sofás, toallas, ropa de cama? todo ello, mezclado en todo caso con algún tono gris claro, todo lo más un beige, y por todo mobiliario una cama que más parece un catre, quizás un pequeño mueble indescriptible que pasa por ser una mesilla de noche, un sofá normalmente incómodo, luces que no sirven para leer, armarios en los que apenas sí cabe la ropa o los enseres que llevas, cuartos de baños al estilo nipón, sin bidé, e incluso los típicos "amenities" los están cambiado por botes más o menos grandes de una mezcla de champú y gel, casi clavados - se supone que para que no se los lleven-, en las paredes de los baños. Y para rematar y como detalle de cortesía al entrar por primera vez en la habitación, en vez de la deseada, esperada y oportuna bandeja de fruta fresca variada con alguna bebida refrescante - aunque sea agua-, ahora les han dado por "regalar" una especie de bombones o alguna pasta artesanal, casi siempre incomible, que sirve para que el cliente se vaya cabreando nada más llegar.

Como ven, todo muy sobrio, espartano, casi monacal. Luego, se da la paradoja de que estos hoteles a los que me refiero y que están proliferando, por desgracia como setas, y que más parecen por fuera, e incluso a veces también por dentro, auténticos hospitales de los de antes, de esos sanatorios a los que iban nuestros antepasados para curarse el asma, quizás la tuberculosis, suelen tener unas entradas espectaculares y un "hall" impresionante, de esos que tienes que hacerte daño en la nuca para contemplarlo en todo su esplendor, pero que a la vez disponen de unas habitaciones para sus clientes minúsculas e incómodas, tal vez para que los huéspedes estén en ellas el menor tiempo posible y, luego, para que el parroquiano no se aburra en sus desplazamientos, los arquitectos suelen crear pasillos interminables, escaleras absurdas que no conducen a ningún sitio de interés, comedores donde el bufet está dirigido más a un consumidor extranjero y con poco apetito que para el español, que suele tener otros intereses gastronómicos menos sibaritas y más contundentes.

Y si con todo esto no basta, además, dichos diseños son premiados y reconocidos con muchas estrellas -me gustaría conocer al repartidor de estrellas, que seguramente no pisará ninguno de esos hoteles-, e incluso, para despiporre general, se les regalan etiquetas como las de "lujo" y "gran lujo"; a veces, da la sensación de que dichos términos o reconocimientos los regalan en una tómbola. Por lo visto, y por desgracia, parece que ya pasó aquella época donde estaban bien vistos eso del glamur, la elegancia, la sofisticación, el buen gusto, la atención personificada, la educación, la cortesía, las experiencias únicas? ya casi nadie entiende que en un hotel, la categoría la da el cliente; y si este no se lo merece -que siempre esto puede ser discutible-, el arte de la hospitalidad se basa en hacer que dicho cliente se sienta importante, único, diferente; en hacerle ver que para el hotel, es más importante el ser que el tener. El lujo no siempre está en lo material, que también, si no que más bien reside en los detalles, en las pequeñas cosas: en una sonrisa, en un gesto, en un saber estar, en ponerse del lado de nuestro huésped cuando este no se encuentra a gusto o tiene algún problema. El personal del hotel está para facilitarles la vida a sus invitados - el tiempo que esté alojado-, y no para complicársela. El verdadero lujo será cuando nuestro cliente se marche y se lleve un buen recuerdo, transformado en una experiencia inolvidable, que le haga volver al hotel, al hogar del viajero.

macost33@gmail.com

Ramón