Será porque el estío nos retrotrae a recuerdos que han quedado obsoletos por el tiempo en que se generaron, o que fueron noticia relevante que llenó las páginas de la prensa local y del archipiélago, pero el caso es que nuestra refinería de Cepsa ha dado casi su último suspiro en cuanto a su permanencia como industria en nuestro suelo capitalino. Poco a poco, en el extenso solar de su territorio se irán desmantelando todas esas instalaciones que para los ajenos nos resultaban extrañas, con tantas tuberías y conducciones hacia ninguna parte que se perdían en las entrañas del subsuelo para luego reaparecer, como el Guadiana, en los ojos de los malecones construidos en nuestro puerto.

Y aunque ya lo he comentado casi de soslayo, voy a insistir en un icono que desde siempre ha estado instalado dentro del complejo petrolero, que tanto bien laboral produjo en nuestra ciudad y que ahora se metamorfosea en el espacio verde que demanda la capital para convertirse en una ciudad más moderna, si cabe, con un trazado urbano mucho más práctico, adecuado a las necesidades estructurales actuales de un entorno en continuo crecimiento poblacional.

Cuando de pequeño acompañaba a mi padre en su fotingo a visitar a sus pacientes, solía pasar junto a las instalaciones de la casi naciente refinería, e inevitablemente se me iban los ojos hacia el enorme depósito de acero galvanizado, que lucía imponente sobre un soporte de forja, para mantenerlo erguido y vigilante ante cualquier incidencia laboral. Indudablemente me estoy refiriendo al tanque contraincendios que ha residido desde sus comienzos en un extremo de la instalación, y que por su forma cilíndrica, similar a un gigantesco caldero de aluminio, nos resultaba una imagen familiar y cotidiana. Aspecto que con el tiempo se ha maquillado con un enorme letrero de neón, con las siglas de la compañía y un gigantesco termómetro digital, que nos da la temperatura en estos días de agobio veraniego. Ignoro su edad, aunque no olvido la mía para incluirla en el paquete de evocaciones, pues podría decirse que somos casi contemporáneos, aunque él me gana por más de un lustro, pues fue un 27 de noviembre de 1930 cuando comenzó a funcionar con las 7.500 toneladas de crudo descargadas del "Oleander". Imagino que por cuestiones de seguridad, el "caldero" ya estaría erguido sobre sus patas de hierro como un gigantesco y reluciente arácnido, con su red contraincendios dispuesta para soltar, en caso de emergencia, toda el agua traída de la galería Los Huecos, de Araya (Candelaria), a razón de unas 600 toneladas por día; pues no solo servía de proverbial apagafuegos, sino que contribuía a facilitar la refrigeración de las torres de destilación Visbreaker, allí instaladas, que supieron mantener el ritmo necesario de refinado para abastecer el archipiélago del preciado líquido en las postrimerías de la 2ª Guerra Mundial.

Sea como fuere, el caldero ha sobrevivido a todos estos años y en él, la fantasía infantil, estimulada por los relatos de mi padre, me hacía hasta oler el suculento potaje que diariamente se cocinaba para alimentar a todo el personal laboral de la instalación. Imagino que por su antigüedad habrá agotado nuestro recetario canario de sabores, pues deduzco que los huesos para darle sabor al enorme guiso se proveerían del cercano matadero municipal, situado al borde sur del litoral de sus 102 hectáreas de extensión. El caso es que dejando a un lado la fantástica dedicación de este icono, sería bueno considerar desde nuestro Consistorio y por su alcalde, autor de la firma del convenio de cesión, la posibilidad de salvar de la piqueta el singular "Caldero", que sirviera de alusión a un pasado todavía presente, al igual que lo fue en su día El Tanque, indultado a propuesta de la entonces consejera Dulce Xerach Pérez.

Por su morfología, deduzco que no implicaría los gastos que éste produjo, actualmente acondicionado como un hogar por una inquilina okupa. Y ya que hemos prescindido de forma olímpica de los rasgos del antiguo Santa Cruz, para los historiadores que se las ven y desean por rescatar sus lugares más emblemáticos pienso que sería factible rescatarlo para la memoria ciudadana, cuando la ciudad tome su nueva y esperada fisonomía. Aquí dejo mi propuesta, que espero tenga apoyo suficiente para que no caiga en saco roto.

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