No puedo calificar de otra manera que de extraordinario y muy valioso el trabajo realizado por el doctor en Filología Románica Oswaldo Izquierdo Dorta, publicado por Ediciones Idea como "La Sanidad en el Valle de Aridane, estudio histórico, 1855-1986", presentado con mucho acierto en el Museo Benahoarita de Los Llanos de Aridane por el doctor en Historia Pedro Bonoso en un acto que congregó a muchos profesionales de la Sanidad, algunos citados en el libro, como son los muy apreciados por mí Gregorio Acosta Pulido, médico especialista en Digestivo y anestesista único en La Palma durante 18 años, y el farmacéutico, inspector farmacéutico y licenciado en Derecho Ignacio Manuel Rodríguez Rodríguez, en el que me alegró encontrar a Miguel Bethencourt Díaz, diplomado en Enfermería, hijo del auxiliar de Enfermería Miguel Bethencourt González, muy querido y servicial, que conocí manejando los rayos X en la Clínica de los Remedios, sufriendo las consecuencias de las radiaciones cuando no se disponía de medios que evitaran su exposición prolongada. Luego lo traté como eficaz voluntario en la Cruz Roja, muy buena persona.

La presentación del libro congregó a familiares de profesionales sanitarios que ejercieron en el Valle de Aridane, como las del médico especialista en Cirugía General José González Sobaco, cuya inquietud le llevó a ejercer en la República del Congo durante cuatro años tras fundar la Clínica de los Remedios, de quien recuerdo su aspecto elegante como el médico "Rubio" que extirpó con éxito la vesícula a una hermana de mi padre de Breña Alta, y al que con el tiempo encontré un día que acudí a la Casa de Socorro de Santa Cruz de Tenerife, de la que era director, para hacerme una radiografía. El destino quiso que con uno de sus hijos, Julio, excelente anestesista, compartiéramos amistad y quirófano en muchas ocasiones en el Hospital de la Candelaria, anestesiando a mis padres. Mención especial merece José Martín Gregorio, capitán médico del Ejército republicano y masón, preso por ello, que con Sobaco fundó en 1941 la primera clínica quirúrgica del Valle de Aridane, la de los Remedios.

Me encantó lo bien y guapa que encontré a la esposa de Adelto Hernández Sosa, médico especialista en Traumatología y Ortopedia, merecedor de una consideración muy especial, no solo por su actividad como cirujano y tocoginecólogo, sino además por su valentía al adquirir la Clínica de los Remedios a González Sobaco y Martín Gregorio, en la que realizó una intensa y benefactora labor, a la que acudían de urgencia los vecinos de media isla, que le proporcionó grandes satisfacciones pero también mucho dolor cuando no pudo atender los nuevos requerimientos del Insalud, lo que produjo su cierre en 1985 tras un intenso debate en la sociedad palmera al ser el único centro sanitario con camas en la zona, que viví con mucha tristeza e impotencia porque siendo director provincial del Insalud en 1983 tuve que comunicarle a Adelto Hernández las condiciones del Ministerio de Sanidad para concertar sus servicios, que al igual que con otras clínicas privadas se llevaban tramitando con anterioridad. Deportista ejemplar, sufrió las consecuencias de las radiaciones y ejerció hasta la jubilación su plaza de jefe de Traumatología del Hospital de Las Nieves, su pueblo le nombró Hijo Predilecto, siendo muy acreedor de un reconocimiento insular.

Del médico Pedro Hernández Torres recuerdo la vez que con 15 años aprovechando que acompañé a mi madre a su consulta, le dije que quería ser médico, y aunque sorprendido como sabedor de las dificultades económicas, me animó asegurando que el futuro era la Neurología. Conocí a Miguel Acosta Arroyo el año que viví en Tijarafe, y en Los Llanos al médico forense y urólogo Jesús Monllor Olcina, al que, llevado por mi padre, guardia civil, vi realizar alguna autopsia, y en la Clínica Los Dos Pinos presencié sus operaciones junto con Vicente Ariza Sánchez algún verano de estudiante de Medicina. Jesús Monllor sería luego director provincial del Insalud. El practicante Eduardo Acosta, lo mismo que Julián Morín en la farmacia de Conrado Hernández, unas cuantas inyecciones dispararon a mis nalgas, me trató el oftalmólogo Francisco Lavers Pérez, conocí las colas de madrugada de Juan Antonio Henríquez y el buen humor de Rafael Ramos Brito, ambos odontólogos, a la matrona Nieves González Viña, al culto y altruista Manuel Morales, a José Indalecio Hernández Pérez, al farmacéutico y querido alcalde José Adolfo Martín, al hábil "Carracote", y a muchos más que por razones de espacio lamento no citar. Todos contribuyeron a aliviar el dolor humano.

* Doctor en Medicina y Cirugía