En la vida de quienes están en cargos públicos hay cosas que deben hacerse por obligación y otras que resultan ser una especie de premio. Irse a la bajada de la Virgen del Socorro, en Güímar, pertenece a esta segunda categoría. Es difícil encontrar una fiesta que haya crecido tanto en participación popular manteniendo la sencillez de su esencia: el viaje de ida y vuelta de la imagen de la venerada virgen del Socorro desde la Plaza de San Pedro hasta las playas de Chimisay, para rememorar la leyenda de su descubrimiento por unos guanches.

Ayer tuve el honor de ser pregonero de estas fiestas y recordaba, con gente de Güímar, todo lo que de bello tienen las tradiciones. La del Socorro habla de que unos pastores guanches se encontraron con una misteriosa mujer -en realidad la imagen de la virgen- a la que intentaron alejar tirándole unas piedras para descubrir, espantados, que sus brazos se quedaban yertos, detenidos en el aire, incapaces de lanzar con la destreza que les hizo famosos. El relato de esos hechos -que se representan cada año por personas de tradición, los guanches de la isla- y de la adoración posterior de la Virgen está en la base de la devoción que se profesa a esta sencilla imagen en todo el valle.

Güímar es también, de alguna manera, la imagen de un gesto que se quedó congelado en el tiempo. Como muchos otros pueblos del interior de nuestra isla. Casi desde el mismo momento de la conquista se convirtieron en grandes productores agrícolas y en la despensa de las urbes más pobladas. El valle de Güimar, con el milagro de los canteros, vino a ser la despensa de la isla y con el auge de las comunicaciones, con la carretera general, logró despachar sus productos para los mercados. Pero las cosas cambian con los tiempos.

Para quienes desprecian el poder de las infraestructuras y las obras públicas en la historia de los pueblos, ahí está el ejemplo de Tenerife. Un día surge el turismo y al calor de ese nuevo fenómeno incipiente la isla empieza a crear nuevos sistemas de comunicación. Hacia el Sur, por ejemplo, se tiende una nueva autovía. La carretera general pasa a llamarse "carretera vieja", desplazada por ese nuevo y mejor viario que enlaza con Adeje y Arona discurriendo al lado de la costa. El modelo económico sufre un brusco y repentino cambio. Las tierras secas del Sur se convierten en una mina de oro que crece y crece hasta llegar a los trescientos mil habitantes diarios entre residentes y visitantes. Y los pueblos que vivían del comercio agrícola se quedan congelados en su crecimiento durante algunas décadas.

La vida de quienes vivían del campo no era fácil. Las tierras estaban en pocas manos y la gente trabajaba por un jornal desde la salida a la puesta del sol. Pero existió una cierta prosperidad que el cambio de modelo económico arrasó llevándose a los jóvenes al turismo. Dejaron la azada para coger la bandeja o apuntarse a la construcción. Sueldos mejores y un trabajo más llevadero provocaron una huida masiva.

Pero, como siempre digo, la mejor riqueza no son los yacimientos de petróleo, sino el talento. Con los años, descubrimos qué hacer. Supimos transformar los vinos de Tenerife para convertirlos en un producto de referencia a la altura de los mejores paladares. Supimos llevar hasta esos millones de visitantes los productos frescos de nuestras huertas, cultivados con modernas técnicas, por jóvenes que son empresarios agrícolas con el mayor conocimiento y las mejores capacidades. Poco a poco las medianías descubrieron que la riqueza de la isla puede ser para todos, si somos capaces de aprovecharla. Y descubrimos que hay un turismo que también quiere descubrir la belleza de nuestros pequeños rincones, los espacios naturales que protegemos en nuestros pueblos, los pequeños y grandes tesoros que almacenamos en templos y romerías. Todo eso es lo que nos hace ser diferentes y especiales y encanta a todos aquellos que nos visitan.

Güimar no ha terminado de hablar en cuanto a su papel en el desarrollo futuro de Tenerife. Está en una posición geográfica privilegiada. Mantiene intacto su carácter de pueblo y sus posibilidades estratégicas. Crece de forma sensata y está fijando una nueva población que tiene a su alcance, a poca distancia y con excelentes comunicaciones, tanto el área metropolitana como ese Sur donde el turismo sigue siendo de capital importancia. Y tiene una joya aún intacta que es El Socorro y el paisaje del malpaís que la separa del Puertito de Güímar, abajo en la costa. Hay muchas cosas aún por mejorar. Y hay que hacerlas bien. Y además que lo decidan los güimareros.

De todo eso, del pasado y del futuro, hablé ayer con los vecinos de Güímar. Y les decía que no me sentía visitante ni extraño entre tanta buena gente que abre cada año sus casas y su corazón. El mío está estos días también con ellos recordando mi infancia cuando desde Los Roques de Fasnia me dirigía junto a mi padre a comprar lo necesario para pasar esos veranos inolvidables que marcaron mi niñez. Él siempre decía que era además mejor comprar aquí que en ningún otro sitio cercano, no solo por la carretera, sino porque también se encontraban siempre mejores productos. Era un chiquillo pero ese primer instante, para mí, fijó Güímar con los productos del campo, con la fruta de verano, más sabrosa que la del invierno, la que comíamos en Santa Cruz, me enlazó con los tunos, con las ciruelas o con las uvas. Hoy, algunos años después he vuelvo con otro registro pero con la misma ilusión y el compromiso de colocar a Güímar y a Tenerife donde se merecen. Estoy seguro de que con el apoyo de Nuestra Señora del Socorro esa carga será más fácil de llevar.

* Presidente del Cabildo de Tenerife