La maldita costumbre de las administraciones de dar obras y servicios a las ofertas más baratas no hace más que causar estropicios. Calles que se terminan de mala manera y hay que volver a repavimentar. Obras públicas con una espantosa calidad de materiales. Y servicios que se prestan sobre la base de que los sueldos que se paga a los trabajadores son una miseria o sobre un salvaje recorte de plantillas. Una y otra vez pasa lo mismo sin que a nadie se le mueva una pestaña. Si se presupuesta una obra o un servicio por una cantidad determinada ¿cómo es creíble que alguien se comprometa a hacerlo con un veinte o un treinta por ciento menos de dinero? Esa diferencia no sale de los beneficios de las empresas sino de las nóminas de los trabajadores o la calidad de los bienes y servicios. De nada vale que todo esto ocurra con enorme frecuencia. Nadie hace nada.