Atraído por la publicidad, de las propias entrañas de este periódico he extraído un cuadernillo similar al que editan las grandes superficies, en el que he leído las numerosas ofertas que en previsión del inmediato curso escolar del miércoles próximo se ofrecen a las familias con hijos en edad escolar, a precios relativamente asequibles. Es por ello que he coincidido estos días con numerosos niños que optaban por surtirse de todos los cachivaches complementarios de escritorio, que no tienen absolutamente nada que ver con los de antaño.

Por el privilegio de haber frecuentado tres colegios de pago, tengo grabado en la memoria al ildefonsino hermano Julio, con su botellón de tinta bajo el brazo, rellenando los tinteros de los pupitres antes del comienzo del curso escolar. Escena que se repetía en los escolapios, donde la querencia por la tinta era la misma, e incluso también los palilleros y los plumines para mojarlos y garrapatear la embarazada caligrafía, que a golpe de dictado o redacción nos imponía el maestro de turno. En cuanto a tener un compás y alguna regla o cartabón de madera propios, generalmente eran heredados de nuestros ascendientes en dudoso estado de conservación, pues había que ingeniárselas para reconstruir un compás con los aditamentos alargadores de los averiados; requisando como un tesoro el grosor de los tornillos de fijación que aún sobrevivían a la desaparición. En cuanto a los cuadernos o libros, la circunstancia era más complicada, pues las órdenes religiosas fundadoras de los colegios tenían editorial propia. Y por tanto era muy frecuente leer en la portada de los mismos: "Textos E.P." (Escuelas Pías). Es decir que tenían el monopolio de la enseñanza y a ella nos debíamos de atener tanto los padres (los paganos) como los alumnos (los educandos), sin saber cómo ni dónde se autorizaban tales publicaciones, y si se adaptaban a la edad y personalidad de los alumnos en ciernes. Una pregunta que a lo largo de tantos años, al menos el que esto escribe, desconoce la respuesta. Sea como fuere, estas publicaciones sirvieron para nuestra formación escolar que aún sobrevive a retazos, porque en antaño los métodos de enseñanza se alternaban con canciones o reglazos y castigos. Indulto del que un servidor se libraba por proceder del Colegio Alemán, con una enseñanza laica más avanzada.

Actualmente esto ya no ocurre, pues he sido testigo de cómo los actuales niños del siglo XXI, demandan los útiles escolares como el que acude a un supermercado a llenar el carro de la compra. Útiles que complementan con modernos aditamentos, donde prima el papel en formato: Dina-4 y toda una serie de plásticos, bolígrafos, grapadoras, reflectantes y barras de pegamento. Todo ello sin mencionar a los olvidados compases, fabricados ahora en materiales plásticos irrompibles. Hasta en muchos casos, la familia que se lo puede permitir, llega a dotar a su menudo con el ordenador portátil, más el móvil y la tableta. Aparatos que en el peor de los casos, les servirán más para jugar que para su formación académica.

Me pregunto, a tenor de los cambios, si los actuales docentes, que antes fueron alumnos en etapas anteriores, ponen hoy en práctica sus conocimientos, o se pliegan a las modernas exigencias y tecnologías que se aplican a la formación de los actuales y futuros alumnos, que serán los llamados a dirigir los acontecimientos de un mañana totalmente desconocido para los Victorianos, Ceferinos, Manasés y nosotros mismos.

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