Una de las necesidades vitales de una sociedad, compuesta por un número indeterminado de personas, es la de tener cubiertos los servicios básicos que demanda toda sociedad constituida. Es por ello que desde la esfera ejecutiva se busquen y dicten normas para mejorarlas, y para que estén al servicio de la mayoría, que detrae parte de sus emolumentos para cubrir servicios que se consideran como universales y que tienen que ver con la salud, la educación académica, aplicada ésta a la población, y otra muchas más necesidades de las que se compone una comunidad de personas.

Por todo ello, los organismos que prestan estas obligaciones no suelen prescindir de sus tácticas para la disuasión, o ralentización de los derechos inherentes a cualquier estamento constituido, cuyas directrices son siempre filtradas, muchas veces de forma dilatoria, para poner a prueba la capacidad de aguante del ciudadano. Y es de dos de esas promesas incumplidas a las que me quiero referir, por cuanto atañen a un azote sanitario como es el cáncer y su afección al ser humano.

Hace unos meses, para los que estamos acostumbrados a acotar ciertas noticias, presuntamente optimistas por su intención electoral, leímos una técnica moderna que se aplicaba a las mujeres y hombres -en menor medida- tratadas con quimioterapia para combatir un determinado tipo de cáncer. A consecuencia de las radiaciones a que son sometidas, las afectadas suelen perder prácticamente todo el cabello, teniendo que afeitarse el excedente del cráneo y cubrirlo con una peluca o gorro adecuado para la ocasión; teniendo que soportar esta afección estética hasta la conclusión del tratamiento, con la esperanza de su regeneración capilar posterior, favorecida mayoritariamente por su condición femenina. El caso fue que para eliminar esta molesta condición estética, se apresuraron a editar una nota sanitaria en donde se hablaba de la excelencia de realizar este tratamiento en frío; es decir, que eliminando las secuelas que queman la raíz del pelo tratado, eliminan de inmediato la desagradable pérdida capilar. Para ello, la Sanidad Pública se comprometió a instalar estos aparatos para corregir esta anomalía y dar un factor de esperanza a los enfermos tratados con este, por ahora, agresivo sistema. Ignoramos si esta promesa se llevó a cabo, pero sí que querríamos conocer su aplicación y resultados.

De igual forma, aplicada en este caso a los varones, el abigarrado hospital de La Candelaria ha publicado que de cada diez operados de próstata, seis de ellos terminan padeciendo impotencia como secuela de su intervención, que según la información de la actual gerente, Marisol, hija de mis recordados vecinos Mario Pastor e Isolita Santoveña, y esposa del antiguo consejero del Gobierno Canario, Víctor Díaz, ha logrado convencer al Servicio Canario de Salud para la compra de un robot denominado "Da Vinci", diseñado, al parecer, por ingenieros de la NASA para realizar operaciones con un exquisito grado de precisión milimétrica. De esta forma, y a juzgar por los resultados, las temidas secuelas invalidantes serán erradicadas para gozo de los afectados, que por su condición masculina no ven con buenos ojos interpretar el rol de impotentes quirúrgicos. En cuanto a la promesa de adquirir cuatro de estos robots, que esperamos no quede sólo en mentira archivada, imaginamos que supondrá un mérito personal para la iniciadora del proyecto, en la calle que le habrá tocado nadar para subir triunfal al podio, donde sería aplaudida por el conjunto de entusiastas enfermos que ven en ello la opción de continuidad de su vida sexual. Porque copular es también patrimonio del ser humano, y, mejor, si se añade a ello la sonrisa de la Gioconda, coronada con su cabellera original.

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