Hace ya algún tiempo, EL DÍA publicó uno de mis artículos -que titulé "El DRAE"- en el que expresaba mi inquietud ante, al parecer, el irremediable destino que espera a nuestro idioma. No es que vaya a desaparecer -muchos siglos de historia y su gran difusión no permiten hacer pensar en ello-, pero los embates que está recibiendo un día sí y otro también hacen pensar que su caminar va a verse jalonado de dificultades. La irrupción del inglés -idioma preferido por el entramado técnico que en la actualidad marca nuestro discurrir por la vida-, así como la mutación que sufre nuestro vocabulario "al uso", debido a la utilización de teléfonos móviles como medio de comunicación, nos hacen pensar en aquellos sistemas que en nuestra ya lejana juventud nos advertían de que "bastan 300 palabras para aprender un idioma". En este contexto, es muy difícil para el DRAE mantener su actualidad. La necesidad de que los académicos se reúnan para sancionar las palabras que se elijan para ampliar nuestro lenguaje lo deja en manifiesta desventaja si lo comparamos con las redes sociales.

No creo que haya articulista o comentarista que haya dejado de tratar en alguna ocasión el asunto de la adicción a los teléfonos móviles. Ya habrán adivinado mis lectores que a eso se refiere el título de este comentario -NO-MOvil-FOBIA-, aunque sería preciso matizarlo. En primer lugar, el palabro en cuestión no existe todavía -es normal, por las razones que he apuntado con anterioridad- en el DRAE, y en segundo lugar, porque no se refiere propiamente al excesivo uso que todos hacemos del móvil, sino al miedo a salir de casa y no llevarlo encima. Uno puede entender la necesidad de estar permanentemente comunicado, ya que la vida moderna lo exige, pero de ahí a estar al borde de una depresión por marcharnos a trabajar sin sentir el tranquilizador peso del móvil en nuestros bolsillos creo que media un abismo; y hay quien no se limita a usar un teléfono móvil sino dos?

Hace unas semanas un amigo me envió un wasap original de Miguel Sierra, de La Grillera, que dice lo siguiente: "Hoy he visto a un chico sentado en la terraza de una cafetería. Sin móvil, sin tablet, sin ordenador. Solo, ahí sentado tomándose un café. Como un psicópata". Lo triste del caso es que en vez de reírme -pues esa debe ser la intención de su autor- sentí que me recorría todo el cuerpo una sensación que me resultaría difícil de describir adecuadamente. Tristeza, rabia, impotencia? no porque sea esa la dirección que nuestra incompetencia está propiciando. Pues una cosa -ya lo dije antes- es utilizar el móvil siempre que la ocasión lo haga necesario, y otra muy distinta, por ejemplo, es promover su uso en cualquier momento. No entiendo, sin ir más lejos, que se siga permitiendo que los escolares entren en sus colegios con móviles. Y no solo que hagan eso, sino que algunos profesores se hagan los locos -para evitar enfrentamientos que con seguridad nada bueno les van a traer- cuando algún alumno lo usa en plena clase.

Por fortuna -y reconozco que lo he logrado a trancas y barrancas- he llegado a adoptar ante el reto del aparatito en cuestión una actitud que me ha dado buenos resultados. Lo llevo conmigo, por supuesto, cuando voy a trabajar, pero solo lo utilizo como antes hacía con el teléfono fijo: para hacer o atender una llamada. El resto, los mensajes o los wasaps, tiene su hora de lectura: al amanecer, al mediodía y al acostarme. Y pueden creerme, me va muy bien. Y sin síndromes de ninguna clase?