Un encuentro reciente con mi amigo y paisano Manuel de Paz Sánchez, y la necesidad imperiosa de retornar varios libros desplazados a sus baldas habituales, me devolvió el recuerdo de un licenciado de origen genovés que elogió la honestidad que, casi siempre, deviene en pobreza, en la primera globalización de la economía que se llamó Renacimiento.

Miembro de una saga de comerciantes italianos establecida en los archipiélagos atlánticos desde finales del siglo XV, y con madre isleña, Bernardino de Riberol (1509-1565) nació en Gran Canaria y cursó los estudios de derecho en la Universidad de Sevilla; vivió desde su juventud en Santa Cruz de La Palma, donde contrajo matrimonio con María de Castilla y ejerció como letrado del Cabildo y Regimiento en la que era entonces la ciudad más comercial y próspera de la región.

En 1556 publicó en la casa del impresor Martín de Monteverde, acreditado de la capital andaluza, su único "Libro contra la ambición y codicia desordenada de aqueste tiempo: llamado alabanza de la pobreza", rotundo alegato moral contra la corrupción de las costumbres y una inteligente profecía sobre la expansión de las malas prácticas mercantiles y el fraude monetario que crecerían, dos años después, con la apertura del Juzgado de Indias de Canarias, descentralizado de la Casa de Contratación y con amplias competencias en la navegación y el comercio atlántico en manos de los hidalgüelos isleños.

Las denuncias locales movilizaron al Tribunal del Santo Oficio y el autor, entonces con cuarenta y siete años y sólido prestigio social, fue encausado y secuestrada la totalidad de la edición, de la que sólo supervivieron media docena de ejemplares, todos fuera de España. En 2006, el profesor de Paz Sánchez promovió una edición crítica -auxiliado en las tareas de traducción por Francisco Salas y José Juan Batista- que, a través del Centro de la Cultura -entonces empeñado en una ingente tarea editorial, no suficientemente reconocida-, dio oportunidad de conocer la talla intelectual y ética de Riberol que defendió, en tiempo de ambiciones, la doctrina erasmista que concedió al hombre el deber de transformar la sociedad, desde la honradez y el compromiso personal por medio de la educación y la cultura.