Todavía suenan las campanas de la paliza que el expresidente José María Aznar les atizó hace unos días a los bocazas de cara dura del Rufián y Pablo Iglesias en la comisión presidida por Pedro Quevedo. Quién me iba a decir a mí a estas alturas que me gustaría Aznar, y por su testosterona. Con una seguridad aplastante, una tranquilidad envidiable y un desprecio absoluto a la escala de valores de los anteriormente citados, ridiculizó a los populistas e independentistas con una facilidad asombrosa. Yo tenía unas ganas bárbaras de que a estos dueños de la verdad revelada les dieran hasta en el carné de identidad. Son peligrosos y no tienen ni preparación ni concepto de Estado. Han llegado a la política con toda una sombra de financiación ilegal e intenciones de romper España al más puro estilo soviético. Estos charlatanes de feria se quedaron de una pieza cuando los testículos de Aznar, a quien nadie más he visto poner sobre la mesa, los dejaba estupefactos. Podremos discrepar de su presidencia, pero ojalá haya abierto la veda para que tras él siga toda una suerte de políticos a los que no les importe darles caña a estos "showmen" más típicos de El Intermedio que de unas Cortes Generales.

Llenos de odio y crispando la sociedad no vamos a ningún lado, como bien recordó en la Cámara Baja, en una intervención hecha viral por su cordura Ani Oramas. Aparte de vestirse un poquito mejor, por respeto a las Cortes Generales y a los que estas representan, a estos hay que mirarlos de frente y contarles de qué va España y que su discurso es una de las mayores farsas con las que nos hemos topado a lo largo de nuestra dilatada historia. Nuestros políticos, hoy, son críos fácilmente impresionables por orates de medio pelo, y debemos exigirles que se pongan en su sitio de una puñetera vez y acaben con estos espantapájaros.

@JC_Alberto