Algo menos de 800 millones de personas, una de cada nueve de las que habitan la Tierra, pasan hambre todos los días. La mayoría de ellas vive en países subdesarrollados. El África subsahariana, aquí mismo, a tiro de piedra de Fuerteventura, es la zona del planeta donde un mayor porcentaje de personas (una de cada cuatro) pasan hambre a diario. En África viven hoy algo más de 1.200 millones de personas. En 2050 serán 2.500 millones, y en 2100, 4.400 millones de habitantes. Es poco probable que se reduzca la tasa de hambre, especialmente en las zonas más secas, que se expanden vertiginosamente como resultado del cambio climático. Más bien es probable que ocurra justo lo contrario. Uno de cada seis niños que viven en países o zonas subdesarrolladas -alrededor de cien millones- presentan un peso inferior al que deberían tener. Son niños subalimentados. Y serán personas adultas con dificultades. Un estudio realizado en 2010 por científicos de la Universidad estatal de Michigan, analizando el historial clínico de 5.400 ancianos de China, demostró que la malnutrición en los primeros años de vida disminuye la capacidad cerebral. Los adultos que no se alimentaron correctamente en su infancia pueden ser menos inteligentes, curiosos y capaces, y corren el riesgo de sufrir mayor deterioro cognitivo en la vejez. Combatir el hambre en la infancia no solo salvaría millones de vidas: la alimentación deficiente es hoy la causa de casi la mitad de las muertes de niños menores de cinco años. Tres millones de niños mueren de hambre cada año, uno de cada cuatro niños del mundo padece de retraso en el crecimiento y ese retraso afecta a uno de cada tres niños en los países en desarrollo. Evitar el hambre de esos niños no es sólo una cuestión de humanidad y justicia. Supondría también una mejoría importante de la salud y el bienestar cognitivo de adultos y ancianos, y un considerable ahorro en gastos médicos futuros en las sociedades en desarrollo. Mientras se decide qué hacer, 66 millones de niños en edad escolar asisten a sus clases de primaria sin haber comido. Más de la tercera parte de ellos viven en África: 23 millones de niños que no pueden concentrarse en sus estudios, ni pensar mucho más allá de en su propia hambre. El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas considera que si las mujeres agricultoras tuvieran acceso a los mismos medios de producción que controlan los agricultores varones -mecanización, riego, abonos, recursos financieros…- el número de personas que padecen hambre en el mundo se reduciría el veinte por ciento de forma casi instantánea. El Programa también ha calculado que con 3.000 millones de euros al año se podría evitar el hambre y sus consecuencias a los 66 millones de niños que la sufren durante su edad escolar. ¿Es mucho dinero 3.000 millones de euros? 3.000 millones es lo que gastó ilegalmente la Generalitat de Artur Más en 2014, al margen del presupuesto de Cataluña y saltándose la ley catalana de finanzas públicas. Es también lo que pagó de más el Gobierno de Mariano Rajoy para cerrar el acuerdo con el PNV para el Cupo Vasco en 2018. 3.000 millones es la cuantía de la rebaja fiscal incorporada a los presupuestos de 2018 por el PP, o lo que no se logró gastar de los cinco mil millones presupuestados en 2016 de I+D, o lo que Trump incluyó en el presupuesto federal USA para iniciar la construcción de ese muro que van a pagar los mexicanos, o lo que Europa se gasta cada tres meses en repatriar inmigrantes a sus países de origen… Si cualquiera puede disponer de 3.000 millones y usarlos como quiera, entonces resolver el hambre de 66 millones de niños en el mundo no debería resultar tan difícil como nos dicen...