Me consta que el incidente es motivo de inspiración para construir un poema de versos satíricos adecuados para la ocasión, pero voy a renunciar a la intención porque aún nos estamos preguntando cómo diablos se pudo colar el quelonio en tan intrincada gruta. A nadie se nos escapa la repercusión que suele tener en el organismo la ingesta de bebidas compradas a granel y envasadas luego pacientemente en botellas de marca, mediante la utilización de una pera para el relleno, pese al tapón con esa bola plástica adosada al gollete, que hace que impide la adulteración posterior. Conocí a un superviviente de los cabarets de la Cuesta, que lo mismo valía para un roto que para un descosido, e incluso hasta para ocuparse del tipo de peinado que le aplicaba a las coristas. En tal variedad de oficios, me contó en uno de ellos cómo se las arreglaba para rellenar las botellas de marca con bebidas de garrafón, mediante el pausado sistema de la inyección del líquido con una pera de goma, de las utilizadas para las irrigaciones vaginales. El hecho de que, a juzgar por lo publicado, fuera la afectada una joven de menos de una treintena de años dice mucho sobre el grado de expansión resultante de la ingesta de tanto líquido espirituoso. Y si en un principio uno estuvo memorizando el criadero de Cofete y otras incubadoras de tortugas del Archipiélago, ni por un momento se me pasó creer que el susodicho reptil iba a pernoctar acompañado en semejante apartamento, aunque a juzgar por las molestias posteriores, parece ser que era un simple estudio de una sola habitación.

Para el que esto escribe, que ha vivido experiencias similares de excesos protagonizados por albiones beodos, sigo sin creer cómo diablos pudo abrir la alcabala aduanera para permitir el paso de tan singular visitante. Si hubiera que preguntar a los encargados del control, a buen seguro que tendríamos un conjunto jugosísimo de historias singulares, capaces de movilizar el cuestionario zoológico; pues puesto a señalar conductas insólitas, están las gamberradas que se toman con los recepcionistas cuando estos les llaman la atención por su conducta escandalosa e incívica, donde el recurrente paño de lágrimas y detritus suele ser la piscina de la comunidad, y no digamos nada si esta contiene algún animalito como el citado en el incidente. Sea como fuere, la noticia en sí ha servido para animar a los encauzados a practicar este insólito deporte, que con el de los saltos desde los balcones y la falta de respeto por los vehículos ajenos y demás enseres de la comunidad, conforman un prototipo de personas nada recomendables para tenerlos como vecinos cercanos. Esta y no otra es la consecuencia de la acogida masificada de tantos visitantes que acuden con la única intención de erigirse en protectores de sus homólogos de la fauna animal. Dicho sea sin intención de ofrecerles como aperitivo una suculenta sopa de tortuga, a quienes solo paladean las exquisiteces de la comida y la bebida basuras.

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