Nada produce más cabreo que la competencia desleal. Debe ser por eso que se ha despertado una oleada de indignación en las comunidades autónomas del Estado por el trato de favor que el Gobierno de Pedro Sánchez está teniendo con Cataluña. Los catalanes se han puesto a ordeñar y han sacado de las ubres del conflicto secesionista el reconocimiento de que se les deben siete mil millones que se les van a pagar en cómodos plazos. Pero además han logrado congelar sus deudas con el Estado, refinanciando créditos con el módico precio, para todos los demás, de dos mil ochocientos millones de euros en intereses.

La realidad es que todos los territorios han jugado sus cartas para exprimir la caja común. Lo han hecho los vascos, los gallegos, los andaluces o los canarios. Pero lo que produce hoy el cabreo es el juego desleal. El pulso de quienes diciendo que este Estado no es el suyo y que no les representa, no tienen el menor empacho en admitirle el pago del dispendio en que se ha convertido una comunidad con 80.000 millones de pufo que sigue gastando a manos llenas en embajadas, presidentes fugados y toda la pesca.

Que los representantes de Cataluña pactaran paz por pasta estaría mal, pero tendría un pase. Al fin y al cabo, muchos estarían de acuerdo en sofocar el incendio separatista a base de inyectar dinero en las ardientes venas del secesionismo. Lo malo es que no es así. En este juego de trileros, con una mano se cogen los billetes que vienen de Madrid y con la otra se cuelgan lazos amarillos. Enchufar una manguera de financiación extraordinaria de dinero en el manicomio catalán no va a propiciar el descenso de la beligerancia, porque el asunto catalán tiene más que ver con los sentimientos que con la financiación pública. Un cuarto de siglo de adoctrinamiento ha producido toda una generación gozosamente prisionera de la ensoñación romántica de la libertad y la independencia.

El gobierno de Pedro Sánchez esta haciendo el panoli con sus concesiones a los mismos políticos que quieren ser república independiente. Y a su vez está creando un clima venenoso en el resto de los territorios que se sienten ninguneados ante ese diálogo bilateral entre Madrid y Barcelona. Para que todo esto se pacifique sería menester que los catalanes dieran muestras de que el mensaje de la pasta ha llegado. Como buenos secuestradores, tendrían que enviar una señal de vida que permitiera a los que están pagando el rescate que la víctima goza de buena salud. Pero todos los presagios permiten suponer lo contrario. Que este mes de octubre la señal que se va a enviar al resto del Estado es otra vuelta de tuerca de las explosiones callejeras en demanda de la independencia. Madrid les manda pasta y ellos le van a devolver, pulcramente cortadas, las dos orejas y el rabo. No será paz por pasta, sino pasta por nada.