En la dictadura, época oscura cuyo recuerdo es reciente y aún muy doloroso, Canarias llegó a estar, con Extremadura, en la más triste de las estadísticas: la de los más analfabetos. A los poderosos del Archipiélago, Iglesia incluida, no les gustaba la estadística, así que la borraron del mapa: de eso no se podía hablar.

Entre las cosas censuradas estaban también todas las alusiones a la pobreza, entonces muy evidente en calles, plazas, pueblos y ciudades. Por aludir a la pobreza en un texto publicado en EL DÍA el gobernador de entonces me denunció a la Dirección General de Seguridad, en 1972, y esta dictó la orden, rápidamente obedecida, de negarme el pasaporte, que finalmente me fue expedido para un solo viaje.

Fue un clima de prohibiciones que duró tiempo en disiparse. En ese ámbito de asfixia hubo un jesuita andaluz, de Lucena (Córdoba), que tuvo la idea de salvar a los canarios del analfabetismo que les impedía un desarrollo normal y positivo de sus aptitudes. Él era Francisco Villén, que empezó en un cuartito su proyecto: Radio Ecca, para alfabetizar desde las ondas a los adultos que no habían aprendido a estudiar ni las cuatro reglas.

Ahora ese cuartito se ha multiplicado y es un edificio entero en el barrio de Escaleritas, en Gran Canaria, desde donde ahora cerca de doscientos profesionales, de la enseñanza y de la radio, siguen la luz del saber marcada entonces. Siguen siendo los jesuitas la inspiración (ahora es un palmero, Lucas López, quien dirige este instrumento mayor del saber). Este viernes pusieron en marcha el nuevo curso, en un acto, presidido por el presidente Fernando Clavijo, al que tuvieron la amabilidad de invitarme.

En mi barrio del Puerto de la Cruz yo escuché nacer Radio Ecca. La primera mujer que estuvo ante los micrófonos, Maru Albujar, hija de extremeño y canaria, fue aquella primera voz. Ahora la he conocido. Sigue teniendo, 54 años después, aquella misma voz, persuasiva y tranquila, con la que esa radio benemérita llevaba el alfabeto por todos los lugares humildes del Archipiélago a los que no habían llegado los beneficios de la enseñanza.

Maru, 43 años en Radio ECCA, me recordó lo que decía, y sigue diciendo, Radio ECCA al iniciar sus emisiones: "Desde las cumbres más altas de la isla de Gran Canaria transmite Radio ECCA". Más de un millón de canarios han aprendido a leer gracias a lo que emiten esas ondas. Entonces aquello era un cuartito, dicen; ahora he visto las mesas y los despachos, como una redacción gigante, donde se amontonan los instrumentos de los que se sirve este medio de comunicación para proseguir una labor extraordinaria: quitarle a la gente la vergüenza de no saber, estimulándolos a aprender para ser mejores, para afrontar la vida con la seguridad de que no te engañan.

He sido testigo directo, familiar, de los efectos que han tenido estas enseñanzas. Ahora todo lo que se diga de nuestro analfabetismo parece un cuento infeliz; pero eso pasó, en muchas familias el analfabetismo fue un lastre que les impidió luchar por sus derechos y por trabajos mejores. Hoy sigue habiendo esa necesidad, en menor medida, así que Radio ECCA sigue ayudando a alcanzar estudios avanzados, a mejorar lo que ya se sabe y, cómo no, prosigue la antigua tarea de abrir el camino a los primeros saberes a los que en este campo aún siguen padeciendo necesidad.

ECCA democratizó el saber, y sobre todo enseñó a la gente a entender que el camino de aprendizaje no debe producir vergüenza sino orgullo. Sé de personas muy próximas que se pasaban las tardes solitarias de las casas escuchando a gente como aquella Maru indicándoles por dónde debían ir para entender sus cuadernos, mientras una voz persuasiva les iba diciendo en qué recuadro estaba la solución a sus dudas.

Saber, me decía mi madre, te ayuda para siempre. Yo pude haber sido un alumno de Radio ECCA, y me siento orgulloso de venir de un barrio en cuyas casas se escuchó durante muchos años esa sintonía que no se me olvida.