Cuentan las crónicas que el Adelantado, Fernández de Lugo, puso la primera piedra de las obras de reforma del Cuartel de San Carlos, pensando en que, tras la conquista, podría convertirse en unas dependencias del Gobierno de Canarias. Pese al entusiasmo del personaje, el devenir de los acontecimientos y ciertos problemillas extendieron la duración de las obras en tan singular pieza arquitectónica a lo largo de varios siglos hasta el punto de que aún las seguimos esperando. Y es que las grandes obras llevan su tiempo. Y la precipitación es muy mala consejera. Y casa con dos puertas mala es de guardar.

Más o menos -siglo arriba, siglo abajo- en la época en que se empezaba a tallar la primera piedra de la pirámide de Keops, la muy leal, noble, invicta, benéfica y lenta ciudad, puerto y plaza de Santa Cruz de Tenerife decidió que necesitaba hacer una playa en Valleseco. Y ahí se puso a trabajar con exquisito y delicado afán un importante equipo de aborígenes que pasó el testigo de generación en generación hasta llegar a nuestros días. Unos días en que podemos anunciar, con legítimo orgullo, que pocos siglos más el proyecto se hará realidad.

Todas estas cosas no las habría soñado el general Gutiérrez, el gran héroe local a quien le hemos concedido en esta ciudad una suntuosa avenida de siete carriles frente a una pequeña callejuela graciosamente dedicada al frustrado invasor Nelson. Gutiérrez acabó muy disgustado porque acostumbraba a dar largos paseos por el parque Viera y Clavijo y se lo cerraron para hacer unas obras de rehabilitación que, por unas cosas y por otras, aún están pendientes de terminar de empezarse o de empezar a terminarse.

Es normal que algunas cuestiones se hayan dilatado. Primero porque esta es una tierra calurosa y las juntas -pese a llamarse así- tienden a separarse. Y segundo porque hemos estado muy ocupados en la Vía de Cornisa: esa famosa carretera que saliendo desde la carretera de San Andrés se extiende garbosamente por las altas y orgullosas montañas de Anaga para darnos salida por el norte hacia el infinito lagunero y más allá. Tal vez cuando se termine esa moderna arteria de comunicación, anunciada al final del Cretácico superior, se puedan acometer las obras del Balneario, en donde el conde de Romanones tomaba baños de asiento antes de que le comunicaran que debía mandarse a mudar para asesorar a Alfonso XIII en la mejor manera de poner los pies en polvorosa. Don Álvaro Figueroa y Torres Mendieta -que es como coloquialmente se abreviaba el nombre de Romanones- murió mientras esperaba que se aprobara el plan general de nuestra capital. Un poco más tarde murió también el plan.

A la vista de lo visto me preguntan las masas: ¿sería buena idea cambiar el símbolo del chicharro por un caracol? Contesto: sería un gran acierto, por la idiosincrasia de la capital, mayormente. ¡Pero el escudo ni tocarlo! La cruz nos viene como anillo al dedo.