De nuevo la sala oscura vuelve por sus fueros. El hibernado cine Price, que fuera propiedad de don Antonio Saavedra Carballo, e inaugurado en 1950 con planos de Tomás Machado, siguió cumpliendo sus objetivos de exhibición hasta el año 1989, fecha en que su propietario decidió reconvertirlo en complejo de multicines y aplicarle una seria remodelación y conversión en múltiples salas de proyección, donde la ciudadanía del populoso barrio, y aún del resto de la capital, acudía en masa a los publicitados estrenos cinematográficos. Curiosamente, yo tenía una tía carnal que padecía de claustrofobia y solo acudía a esta sala porque había advertido que su puerta permanecía siempre abierta durante el pase de las películas. De esta forma, ella se sentía más segura y por ello acudía con bastante frecuencia a su sala favorita.

Para el que esto escribe, por razón de trienios y porque no había otro divertimento, conoció a la mayoría de los desaparecidos locales; si bien no he olvidado la aceptación que tenían los fines de semana, en donde se agotaban las entradas para los tres pases programados, y matiné incluido, que no daba casi tiempo para ventilar concienzudamente las salas, cuyas butacas eran rápidamente cubiertas por los espectadores de la siguiente sesión. Con el tiempo, para combatir el calor se habilitaron equipos de refrigeración un tanto primitivos, como fue el caso del cine Víctor, que poseía uno de ventilación forzada, que expandía el aire frío a través de unos potentes ventiladores, en donde se colocaban unas enormes barras de hielo de la Frinsa, sita en María Jiménez, que cumplían su objetivo hasta que se quedaban totalmente derretidos. Con lo cual el trasiego diario del camión del hielo era una estampa común por el lateral de la calle de Porlier, en donde se introducían a hombro las pesadas barras hasta la maquinaria del cine, al cuidado de su conserje don Argelio, que era un habilidoso manitas reparando desperfectos.

Con la implantación de los refrigeradores Carrier, la sensación de frescura se hizo más notable y con ello ganó más clientela en las sesiones. Horarios que en años anteriores estuvieron supeditados a la obligada proyección del No-do como prolegómeno de los estrenos, en donde los espectadores contemplábamos la inauguración de un nuevo pantano y alguna que otra estampa de pesca en el "Azor"; o cacería -"La escopeta nacional"- en la que el dictador daba buena cuenta de sus piezas y se fotografiaba con ellas. Anteriormente estuvo obligado el espectador a ponerse en posición de firme para escuchar el himno nacional y pronunciar las arengas de rigor al finalizar este. Una ocasión que casi le cuesta un disgusto al propietario del cine San Sebastián, junto al Mercado, cuyo proyectista se equivocó y cambió la melodía en lugar del obligado himno.

Lamentándolo mucho, no puedo continuar mencionando hechos y anécdotas del pasado, que aún guardo en la memoria personal y que sé que es compartida por contemporáneos del chicharro. De modo que nos congratulamos de este resurgir de ave fénix y hacemos votos porque esta competitiva modalidad haga mella suficiente como para mantener la sana competencia entre la ciudadanía, inmersa ahora en la informática y la propia televisión.

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