Ayer, una amiga me preguntaba, absolutamente convencida, por qué los hombres eran sumamente más infieles que las mujeres. Yo no lo creo así. Y menos en los tiempos en los que vivimos. La liberación de las mujeres se extiende a todos los campos, también el sexual. Hoy los acuerdos entre las parejas son a puerta cerrada y, a poco que se tenga un poco de cuidado, nadie tiene por qué enterarse más allá de la pareja. La lealtad, la fidelidad o como queramos llamarla, va íntimamente ligada a la escala de valores, a la ética de cada persona, sobre todo cuando las relaciones ajenas a la pareja no están pactadas, porque hoy vale todo lo que esté acordado en torno al sexo. Lo infinitamente triste es la mentira.

Hoy por hoy, la sexualidad se vive de igual manera para ambos sexos, obviamente, excepto contadas excepciones. Los hay intrínsecamente infieles, exactamente igual que las hay de la misma forma. Ayer intentaba convencer a una amiga con un ataque de cuernos que en esto nada es cuestión de géneros: es cuestión de personas. Pero no es menos cierto que en muchas relaciones la confianza lo es todo, y lo que cuesta edificar años se puede ir al garete por una o muchas decisiones sexuales mal tomadas. Lo cierto es que la forma de concebir las relaciones está cambiando a un ritmo vertiginoso desde los más jóvenes. Entiendo que es fundamental un código ético compartido para evitar el sufrimiento y la agonía que causan las mentiras, y máxime las sostenidas en el tiempo. Y esto, que parece fácil, no lo es tanto, pero es la clave fundamental de la convivencia hoy en día con el otro.

@JC_Alberto