Hay gente a la que la vida se les gasta de tanto dar. Son esas personas que, sin carta de presentación, conoces de toda la vida. Esos libros abiertos, sin sombras ni penumbras, que por suerte para todos se reparten entre nosotros.

Después de buscar y rebuscar, de dar más de cien mil vueltas, llego a la conclusión imperativa de que ese halo que las envuelve y define lleva la música de la ternura.

Qué poco hablamos de ternura. Como si solo viviéramos tiempos de uñas y malas lenguas. Es verdad que si repasas la actualidad, encuentras en las noticias cientos de maneras de matar la ternura. Sin embargo, hay otros mundos paralelos donde las pendencias políticas carecen de importancia. Donde la ternura se mece relajada. De verdad. Mira alrededor. Contempla los ojos enamorados buscando besos en los atardeceres. Siente la frescura de la hierba recién cortada. De las flores, que también existen cuando el otoño avanza. O entre las arrugas bellas de los de corazón grande.

En esa brisa fresca que te acaricia cuando el sol baila. En los niños sin un móvil -esas armas de destrucción pasiva-. Inspira. Sí, en ese aire. Necesitamos aliento para estos tiempos donde tan poco se habla de la ternura. Pero existe.

En las canciones de amor con final feliz. En la gota de rocío. Por encima del mantel junto a la copa de vino. En esa pareja de ancianos que cruza el parque: cogidos de la mano, lentos, él con sombrero y ella con el andar castigado por los años. En el amanecer y en la luna, querida amiga. Entrañable amigo.

La ternura baila en esos perros que te reciben moviendo la cola felices cuando regresas a casa. Debemos aprender a encontrar ternura ahora que vivimos de espaldas a ella. Hagamos un alto en las ocupaciones diarias. Podemos verla en las explicaciones del profesor que imparte las matemáticas a veintitantos adolescentes. En los brincos de los cachorros. En el mar. En los amigos. En los abrazos. En la risa. En tu sonrisa. En el beso suave, suave. En las ausencias con fecha de caducidad. En la cerveza fría. En las papas peleadas con el huevo frito. En tu canción que pasó a ser mía. En tus hijos. En los hijos de todos. En mi madre. En todas las madres. En los profesionales que llevan como condición ser buenas personas.

No la busquen en los que viven su vida como si fuera una empresa, un comercio, un negocio con fines económicos. Siempre fracasan. Ni la vida ni la ternura se miden en números.

La ternura y la felicidad son metas que se consiguen por el camino. La primera depende de ti. La segunda camina libre. Por donde ella quiere. No se la puede atar. Lo mismo te sorprende tras una puerta como se te escapa en un abrir y cerrar. Vamos a dejar tiempo para las sorpresas. Tira esa agenda de cosas que no quieres hacer. Guarda tiempo para ti. Sin horas marcadas, sin números. Sin pautas. Que el día en que tengas que echar el último vistazo no tengas que decir: "Me hubiera gustado ser más feliz". La ternura es el antídoto. Que no te venza el pudor. Llora si tienes que hacerlo. Ríe si tienes ganas. Ni lo uno ni lo otro si no lo sientes. Sé tú. Enternécete, solo tienes que quererlo.

Feliz domingo. Felicidades Charo, en tu santo y porque eres de esas personas a las que se les gasta la vida de tanto dar.

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