Los caminos de la vida son inescrutables. ¿Te has detenido a pensar a cuántas personas conoces a lo largo de tu vida? Unas dejan una enorme huella, otras las hemos conocido en un momento puntual de nuestras vidas, otras han volado como aves de paso y, otras, quizás las que menos, se han quedado y siempre están compartiendo este viaje de la vida.

Te invito a hacer un ejercicio para ver cuántas personas realmente conoces. Toma tu teléfono móvil y accede a la "lista de contactos". ¿Cuántos contactos tienes? Estoy seguro de que tienes muchos números de teléfono guardados en la memoria que ni siquiera sabes quiénes son, o al menos, te cuesta reconocerlos.

Y eso es lo habitual. Hay situaciones en la vida que nos dejan un número de teléfono y que al tiempo aparece porque estábamos buscando otro contacto, viniendo repentinamente a nuestra cabeza una típica pregunta: ¿Y de quién será este teléfono? ¿Quién era esta persona? ¿Por qué tengo su número?

Después existen muchas personas que solo se comunican contigo porque existe un interés, para conseguir algún objetivo. Son las llamadas relaciones por interés. Y todos las hemos tenido porque han pasado por nuestras vidas en un momento en el que, por un motivo u otro, ambas personas nos necesitábamos. El final todos lo conocemos, cuando el objetivo en común que teníamos desaparece o cuando ya no le interesas a esa otra persona, la comunicación va menguando hasta prácticamente hacerse inexistente.

También hay muchas veces en la vida que experimentamos la soledad. Unas veces porque realmente la necesitamos y otras veces porque nuestra sintonía de comunicación está emitiendo en frecuencias diferentes, y no llega; o el transmisor que recibe el mensaje hace caso omiso de la llamada y atención que requiere el emisor. Sinceramente, creo que la soledad también nos regala grandes enseñanzas. En algún periodo de nuestra vida, debemos elegir disfrutarla porque en ella nos podemos encontrar interiormente.

Me decía una vez un amigo mío que los momentos más exquisitos que pasaba transcurrían cuando "estaba solo". Cuando todo el mundo se iba de su casa y él se encontraba con esa paz. Con ese sepulcral silencio que no tenía precio. Sin embargo, también me reconoció que a las dos horas, se asomaba a la ventana a ver cuándo regresaban sus seres queridos. Y es que somos un ser acostumbrado a vivir en familia, en sociedad?

A pesar de esta circunstancia, la experiencia nos ha llevado a crear varios refranes castellanos que nos invitan a hacer cosas o vivir momentos en solitario: "Prefiero estar solo que mal acompañado", o "el buey solo, bien se lame"; o, también, el que cita "solo no me matan". Nuestro refranero es tan rico que hasta en la soledad es inmenso.

Por otro lado, existen personas que se encuentran en el otro extremo. Aquellas que buscan la compañía de manera desesperada. Sin duda, eso es un error monumental. No podemos obligar a nadie a que mitigue nuestros momentos de soledad porque nos frustraremos muchísimo. Ya se sabe que dos no se juntan si uno no quiere. Debe haber una intención de compartir. Así que no debemos apurar los procesos de comunicación personal, porque nos equivocaremos. Los procesos de comunicación personal no debemos apurarlos.

Y, finalmente, coincidirás conmigo en que afortunadamente todos tenemos esa gente especial que siempre está. Esas personas que muchas veces piensas que no se acuerdan de ti, pero te demuestran, una y otra vez, que siempre están presentes en tus alegrías y tristezas, en tus éxitos y en tus fracasos. Esa gente que llegó "para quedarse" y que, de una manera u otra, siempre está en nuestros pensamientos y nos hace sentirnos orgullosos de que formen parte de nuestras vidas.

A veces digo una frase de un gran amigo mío de Venezuela que ya no está entre nosotros. Antes de desvelarles esta sentencia, les contextualizo. Era un amigo con el que quedaba todos los viernes, en los años 90, pese a que no había estas tecnologías que en pleno siglo XXI disfrutamos para poder comunicarnos. Siempre nos reuníamos en el mismo sitio y mi amigo, cuando se ausentaba una semana y tardaba quince días en reencontrarnos, me repetía: "No te he visto, pero te he pensado mucho".

A mí esa frase se me quedó grabada para siempre, porque él la decía de manera muy natural. Yo la adapté a mis frases y la transformé en "aunque no te vea, te pienso". Y es que la mente humana es prodigiosa. ¿De cuántas personas nos acordamos al día que hace tiempo que no vemos? Particularmente, siempre estoy recordando. No sé si será por haber sido emigrante y haber tenido la dicha de conocer muchísima gente, pero diariamente busco el momento. Me olvido del ritmo endiablado de 2018 y me detengo. Pongo en marcha mi particular máquina del tiempo y recuerdo. Recuerdo a aquellos amigos que me acogieron en Cuba una noche de tormenta. Recuerdo a mi amigo de Venezuela que seguiría pensando en mí aunque no me haya visto. Recuerdo a Lucho "El Triste" versionando a José José y cómo no, recuerdo a mi familia, a mi gente de Canarias y a aquellos que no suelo ver, pero siempre que nos encontramos con una sonrisa me demuestran que ellos también, "aunque no me vean, me piensan".

Y eso nos seguirá pasando hasta que tengamos que marcharnos. Una amiga mía conoció, precisamente cuando su padre estaba en fase terminal, a un enfermero del hospital donde estaba internado su familiar. Él fue su hombro de consuelo en ese trágico momento de su vida. Apoyó a esa desconocida, sin saber que terminarían casándose. Hoy son felices y tienen una preciosa niña. Yo hace tiempo que "no la veo, pero la pienso".

No sabemos qué nos deparará la vida. Siempre tenemos que estar abiertos a la comunicación, siendo conscientes de que hay comunicación puntual, comunicación con fecha de caducidad y comunicación que es eterna. Y, ya sabes, si me tienes en tu teléfono móvil, si hemos compartido instantes en nuestras vidas y hace tiempo que no nos vemos, no dudes de que "aunque no te vea, te pienso".

*Vicepresidente y consejero de Desarrollo Económico del Cabildo de Tenerife