Son tantos los artículos que he escrito sobre el Domund -Domingo Mundial de la Propagación de la Fe y, en la actualidad, Jornada Mundial de las Misiones- que he puesto ''2018'' en el título de este para no confundirlo con los anteriores. Podría, como hacen los conferenciantes que van desgranando su saber por esos mundos de Dios, limitarme a copiar el del año pasado y cumplir con el trámite, pero el problema está en que, para mí, lo que ahora estoy haciendo no es un trámite. Se trata, por decirlo de alguna manera, de transmitir a mis semejantes la necesidad de concienciarnos sobre las carencias que otros como nosotros padecen. Y aunque el Domund sea una colecta promovida por la Iglesia Católica, todos sabemos que su función no es solo la implantación de nuestra fe en los pueblos que la desconocen, sino su progreso; ya vendrá posteriormente el adoctrinamiento si ha lugar.

Porque son muchos los pueblos del llamado ''tercer mundo'' que siguen anclados en él, sin educación de ningún tipo, desconociendo las más elementales normas de convivencia que nosotros -por fortuna- disfrutamos desde nuestra más temprana edad. Las labores que realizan los misioneros que la Iglesia Católica envía a los más recónditos lugares del planeta, aunque sea efable, merece el título de inefable, pues abarca todos los campos que el ser humano está llamado a hollar. No se trata de enseñar a leer y escribir, como muchos piensan, sino de sentar en él los principios necesarios para convertirlos en "personas", con todo lo que esta palabra conlleva.

Mientras unos gozamos -con más o menos privaciones- de la situación que la vida nos ha proporcionado, existen muchos -en ese sentido un 10 para la televisión por que nos los permite conocer con inmediatez- que se mueven en ambientes donde las carencias suelen ser absolutas. Casi sin alimentos, agua o medicinas, malviven esperando la ayuda de quienes están en mejores condiciones. Cierto es que la humanidad, merced a los medios de comunicación, es consciente de ello y manifiesta su solidaridad en momentos puntuales -las catástrofes naturales: terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas, inundaciones?-, pero también deberíamos ser igualmente conscientes de que detrás de esas situaciones episódicas las penurias, privaciones y escasez continúan siendo el escenario donde se desarrolla la vida de muchos seres humanos. Y es ahí, para atenderlas, y en la medida de lo posible paliarlas, donde surge la figura de los misioneros -sacerdotes y monjas-, que abandonan las comodidades que nos proporciona la vida moderna para sumergirse en ambientes donde incluso su vida, a veces, corre peligro.

La JMM recaudó el pasado año en España 14.487.710 ?, un 18,2 % más que el anterior, de los cuales 124.830 ? corresponden a la Diócesis de Gran Canaria y 128.924 ? a la Nivariense, lo que indica la generosidad de nuestro país. De ello dan testimonio los casi 13.000 misioneros españoles que ejercen su trabajo -más bien su función- en los lugares más dispares de África, Asia y América del Sur. Curiosamente -¡qué tendrá esa labor que ''engancha''!- muchos de estos ''iluminados'' son repetidores. Sacerdotes y seglares son enviados en algunos casos a realizar dicha función durante cierto tiempo, mas muchos no tardan en querer repetir la experiencia. Y es que en el ser humano, con todos los defectos que tenemos, desde que nacemos existe la semilla de la fraternidad. Labor de la JMM es lograr que esa semilla dé fruto -que caiga en terreno fértil-, y para eso hacen falta nuestras aportaciones económicas.

En la actualidad, hay más de 70 misioneros tinerfeños. Para sostenerlos, y aumentar su número, no seamos remisos al depositar nuestro óbolo el próximo día 21 de octubre.