Durante la época del Imperio Romano, el Senado tenía la facultad de decretar la Damnatio Memoriae (lit. condena de la memoria) y se hacían desaparecer monumentos, objetos e imágenes que pudieran recordar a una persona o un acontecimiento condenado al olvido. Hoy, en un mundo de ritmo frenético en el que la continua actualización ha fundado el cambio como el único proceso estable, parecemos empecinados en olvidar que el tiempo histórico no acaba en nosotros, sino que no somos más que un eslabón más de la cadena del devenir. La paralela vida digital ha sumido al mundo avanzado en una presencia múltiple, sobrevenida, que impide por saturación la contemplación pausada de uno de los factores de mayor relevancia para la supervivencia cultural y, cada día más, económica: el patrimonio.

Aunque la acepción de la palabra patrimonio, de etimología latina, puede entenderse también en términos económicos -como conjunto de bienes- es la historia cultural la que queda testificada, insobornable, en el patrimonio cultural, que es común a todos, histórico, arquitectónico, urbano y etnográfico. Un patrimonio que nos hace convivir con el pasado, no en términos de tiempo, pero sí de espacio, haciendo coincidir la vida de las generaciones anteriores, nuestras vidas y las de las generaciones futuras en un único espacio de tiempos diferentes. En este espacio social, el patrimonio cultural y las generaciones que lo generaron o mantuvieron nos miran desde un tiempo tan amplio que, para existencias finitas como las nuestras, es una temporalidad revestida de eternidad.

La crisis financiera de la pasada década, si acaso ya ha finalizado -cuando amenaza otra- provocaba el abandono, por falta de medios, de numerosos elementos patrimoniales que no pudieron sobrevivir al desuso, incoherencia entre función y morfología mortal para arquitecturas y centros históricos. La ciudadanía -cada día más en apariencia condenada al ostracismo político, excepto, claramente, en periodo electoral- culpa a las diferentes administraciones "Piove, goberno ladro", y es que pensamos que hasta la lluvia es culpa de los gobernantes, como reconoce el dicho italiano.

Y sin embargo, todos -inevitablemente- en Europa vivimos sumidos en modos de vida en los que el patrimonio ha sido relegado a la categoría de objeto bello, para la contemplación y admiración, únicamente un testigo temporal, y hemos olvidado la lección vital de sostenibilidad, racionalidad, lógica constructiva y belleza que el patrimonio contiene, inspirando la operatividad necesaria para seguir evolucionando.

En un planeta que próximamente será mayoritariamente urbano -la ONU estima que para el 2050 el 70 % de la población mundial vivirá en ciudades- y un entorno europeo que ya lo es, las ciudades históricas contienen lecciones clave para la sostenibilidad urbana y paisajística contra la terrible lógica postmoderna de fagocitar el territorio para ampliar la ciudad, abandonando los centros históricos y dejándolos sin uso. De igual forma, la arquitectura patrimonial -noción mucho más amplia que la mera arquitectura histórica- contiene enseñanzas fundamentales sobre la racionalidad en la generación de los espacios adecuados a cada función; y el patrimonio cultural es una de las potencialidades económicas para el evidente cambio de modelo turístico del consumo a la visita.

En esta "vieja Europa" ya construida, pero surgidas sus ciudades sobre un modelo de crecimiento ahora insostenible, el patrimonio ha de ser necesariamente valorado como una solución inspiradora a los problemas acuciantes de la ciudad, la arquitectura y el turismo; una solución a la que volver la vista para plantar el futuro en el terreno del pasado; un futuro en crisis con la cultura, con el medio ambiente, con la ciudad. El patrimonio ofrece lecciones para mejorar la ciudad y la relación de la misma con el territorio nos ofrece potencialidades turísticas, pero a cambio nos exige una cultura que lo atienda con sensibilidad e inteligencia, que dignifique la relación del habitante con el consumo y la ciudad histórica, que apueste por un turismo que sea una oportunidad y no una excusa. Una cultura europea que sea mucho más que de usar y tirar, que llena el campo de centros comerciales mientras que la ciudad histórica muere por desuso.

Este patrimonio nos grita hoy atención no solo para su conservación, sino por su eficaz inspiración para mejorar la calidad de vida de nuestras ciudades. Escuchémoslo.

*Profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Europea de Canarias