Resulta curioso que la Academia sueca mira para los temas ambientales y reparte premios a personas que no hablan de producir más con menor coste, ni tampoco de cómo las máquinas sustituyen a las personas. Concediendo el Nobel a personas que asocian la economía con la gestión de la naturaleza, con el impacto ambiental, con la gestión de los recursos naturales, con la ética.

Estos son premios que tienen un doble sentido, pues se suelen otorgar a profesionales de la economía de un país, quienes asocian progreso con producir más, y más barato, disociando la naturaleza del aparato productivo, y aparte se otorgan en un entorno de países cuyos dirigentes han ignorado el cambio climático y sus efectos. Incluso el señor Trump niega contrapartidas económicas para frenar los aspectos más negativos sobre el clima y la naturaleza.

Los profesores William Nordhaus y Paul Romer, en su recorrido científico y profesional en las universidades de Yale y Nueva York, han diseñado modelos de crecimiento económico contando con el medio ambiente y con los retos que impone la tecnología, para lograr sociedades más equilibradas en términos de bienestar, el cambio tecnológico y el dominio de la naturaleza, las máquinas y la ética, la separación de los costes económicos y los costes ambientales.

Nodrhaus ha trabajado el concepto de la factura ambiental, desde el cual se propone que se fijen aranceles a aquellas empresas y países que contaminan más, es decir, que el mercado regule los derechos de emisión de CO2, para así controlar a empresas y países que contaminan más, aquellos que no hacen nada frente al cambio climático y son insolidarios con los temas ambientales.

Estos dos norteamericanos no nos dicen cómo producir más y más barato, sino cómo contaminar menos, incorporando modelos que valoran el peso de los costes ambientales, en un mundo en el que todos asocian los efectos del cambio climático y sus consecuencias, pero miramos para otro lado.

Nos dicen que en el año 2017 tuvimos el consumo récord de petróleo, y que más del 80% de la energía del planeta procedió de esta fuente, ya que las energías alternativas continúan en minoría.

En Canarias miramos para otro lado, aunque ahora vemos algunos molinos y paneles. Sin embargo, en nuestros supermercados, una gran parte de los productos podríamos conseguirlos aquí con menos huella de carbono. Más de sesenta millones de kilos de papas, unos 50 millones de litros de vino, qué decir de las manzanas y otras frutas de Chile, o los kiwis de Nueva Zelanda. Mientras, nuestros campos están cubiertos de maleza, y los índices de paro y pobreza revelan que el modelo productivo y ambiental tiene que mirar también para un campo descapitalizado y deshumanizado, de tal manera que hacemos una lectura de los supuestos agricultores y la edad de los mismos.

En gran parte de las islas occidentales las mejores tierras agrícolas son zarzales, cañeros, helechos, tojo, rabo de gato, etc., o bien en las orientales son aulagas y tabaibales.

No vivimos solo un despilfarro energético -como bien plantean los nobel cuando nos hablan de la huella de carbono-, aquí y ahora nos hemos alejado de la naturaleza, de la agricultura y del medio ambiente. El estómago y el sentido común nos deben hacer reflexionar. Los nobel de Economía lo hacen desde una atalaya de mayor relevancia que la nuestra.

Parece claro que hemos de separar crecimiento económico de progreso, entrando en los costes ambientales. Se impone una filosofía más solidaria con la naturaleza y con nosotros como comunidad. Que el "quien contamina paga" sea algo más que un spot publicitario. Cuestiones como la huella de carbono de los productos alimentarios, o la apuesta por los alimentos km 0 (obtenidos en nuestros entorno más cercano, con consecuencias positivas sobre el medio ambiente), no son ya el futuro, sino el presente, y suponen una gran oportunidad para defender y poner en valor los productos y la actividad agropecuaria del Archipiélago. Cuanto antes nos demos cuenta, antes pondremos en marcha líneas de trabajo y políticas en esta dirección.

Estos son unos economistas que no hablan de política monetaria, de inversión, sino que hablan de ética, de costes ambientales y de solidaridad planetaria con la humanidad. Orientemos nuestras políticas alimentarias en esta dirección.