Hace ya unos días me encontré con mis primas y amigas de la infancia de Vallehermoso, que fueron a una feria en el recinto ferial y mi mente me llevó, nuevamente, a mi pueblo natal. Me trasladó a mis recuerdos. A algo que casi todas las casas de La Gomera tenían, pero que, en aquella época, quizá no valorábamos en su justa medida: los patios.

Los patios de las casas eran fundamentales para la vida. El patio de mi casa, por ejemplo, estaba lleno de macetas con begonias, flores de mundo, azucenas -cuando era la época-, claveles, geranios y algunas flores que no recuerdo su nombre. Las flores de los patios se cuidaban con especial mimo y se elaboraban abonos caseros con gallinaza y pinocha. En esos patios, con olor a café mezclado con garbanzos tostados y alguna galleta gomera cuando hacia buen tiempo, se escuchaba la novela radiofónica "Simplemente María". Cuando sonaba, nosotros ya sabíamos que ese era el tiempo de las mayores de la casa, un tiempo absolutamente sagrado y donde el patio les pertenecía. Muchos disgustos se llevaron con la desdichada protagonista de este culebrón radiofónico donde ella fue madre soltera, repudiada y con un amor imposible, por ser de diferentes clases sociales. La radio jamás morirá.

En el patio de mi casa había un pequeño banco donde se leían las cartas que venían de Venezuela. Se compartían las noticias y se miraba al horizonte aunque el Roque Cano de Vallehermoso no te dejase otear lo suficiente. En los patios, siempre había una "rendija" entre las macetas por donde podías mirar sin que te vieran, como en los claustros de las monjas de clausura, que ellas te pueden ver pero tú a ellas no. En los patios de La Gomera siempre había flores y un gato que pasaba orondo, de patio a patio, "porque los gatos no tienen fronteras".

Cada patio era particular, como si una energía positiva y una aureola lo invadiera. Por ejemplo, recuerdo tres patios familiares y los tres totalmente distintos. Uno tenía un parral que daba uvas hasta en el mes de diciembre, unos bancos de cemento y un zaguán. El de la casa donde vivíamos tenía una vista a estanques y plataneras y dos barrios, Morera y la Fortaleza. Una vez me acompañó una amiga mía de Portugal y sacó infinidad de fotos, porque se le parecía a los portales de belén que se hacían en Oporto. En la noche se podía escuchar el croar de las ranas como una eterna y agradable letanía hasta quedarte dormido.

Por último, estaba el patio de los Chapines. Un patio comunitario donde nos sentábamos todos para ver pasar a la gente y algunos coches que, antes de atravesar la curva, ya sabíamos de quien se trataba por el ruido que emitían. Bueno, más que un patio, en Los Chapines, se trataba de la misma calle. También la azotea servía de patio y si no, se sacaban las sillas a la calle y ya quedaba convertido en un patio. El patio improvisado de la calle, también era un "viradero" de camiones o servía para hacer el descanso a la Virgen del Carmen cuando bajaba, cada cinco años, al pueblo en las Fiestas Lustrales.

Lo que más me encantaba de los patios eran los juegos de tarde donde inventábamos misas, procesiones, hacíamos de cocineros, de alfareros, construíamos juguetes con tuneras, con maderas sobrantes de la carpintería del pueblo? Dábamos rienda suelta a nuestra imaginación, soñábamos, viajábamos, hablábamos.

Mis primas llegaron de Venezuela y el patio del Valle Abajo se revolucionó con su llegada. Mis tías trajeron revistas con patrones para coser y las mirábamos como un tesoro inmenso. La fama de las revistas llegó hasta la modista más importante del pueblo, que le pidió a mi madre que se las llevara para "ojearlas". Así lo hizo y de ellas salieron patrones y vestidos que muchas de las jóvenes lucieron algún domingo de misa con un patronaje venezolano. El patio de la modista era de los más bonitos del pueblo y mi madre intercambiaba plantones de plantas ornamentales y otras que pegaban de tallo como los geranios.

Cada patio tiene anécdotas, cada pueblo de Canarias tiene cientos de patios y miles de historias que contar, que escribir y que transmitir.

En los patios de mi pueblo ocurría la mayor tradición oral que se recuerde, porque se recitaban décimas poéticas como por ejemplo "Las décimas del Telémaco". Nosotros escuchábamos en silencio a Magdaleno, en el patio del Valle abajo, que le daba un énfasis de tragedia a algunos de los versos: "en una hora temprana, un nueve de agosto fue a eso de las cuatro y diez de una apacible mañana" Magdaleno nos ponía "nombretes" a todos los muchachos y muchachas de Vallehermoso y, así, se nos iba conociendo.

Los patios de mi pueblo están íntimamente ligados a Venezuela y jamás nos podremos desligar de la octava isla. Los mandatarios se diluirán, como el azúcar en el café que acompañaba las radionovelas de finales de los años sesenta del siglo pasado, pero la relación con la patria de Bolívar jamás. Angélica, la mujer de Julio, aún tiene unas escaleras preciosas llenas de macetas con algunas orquídeas traídas de la octava isla.

Magdaleno recitaba muchas veces "Las décimas del Telémaco" y, de tanto escucharlas, nos la sabíamos de memoria. Cuando finalizaba, alzaba la voz y retumbaba todo el patio para deleitarnos con la última de las décimas: "ya terminó la jornada. No hay que dudar del destino que nos conduce al camino de esta extranjera morada. Esta tierra codiciada, hija, fue del pueblo hispano; y como somos hermanos de esta raza positiva, nos alienta darle un ''¡VIVA!'' al pueblo venezolano?".

Años después, dejábamos los patios y nos íbamos a Venezuela, a un apartamento en un piso décimo y extrañábamos, inmensamente, los patios de mi pueblo.

*Vicepresidente y consejero de Desarrollo Económico del Cabildo de Tenerife