La decisión que adopten los treinta y un magistrados el próximo 5 de noviembre, sea la que sea, dejará vencedores y vencidos y ruidosas y sibilinas muestras, protestas y excusas públicas, por el interés de las partes y la torpeza o malicia del episodio. Y, para aumentar el bochorno, la decisión acabará, más tarde o más temprano, en la justicia europea, en el Tribunal de Luxemburgo, que, como en otros tantos asuntos sensibles -por ejemplo, la cláusula suelo- dirá la última palabra.

Cuatro días después de la sentencia de la Sección Segunda de lo Contencioso-Administrativo, presidida por Nicolás Mairandi, que determinó que serán los bancos quienes paguen el polémico impuesto de actos jurídicos documentados, el ya famoso presidente de la Sala Tercera del Tribunal Supremo acordó "dejar sin efecto todos los señalamientos sobre recursos de casación similares pendientes".

Cuatro días y dos bajadas bursátiles de las acciones bancarias después, Luis Díez-Picazo denunció "la deslealtad del magistrado Mairandi por no haberle comunicado el tenor de la sentencia", o sea, que pagaban los bancos, y reveló en ese mismo instante su absoluta incompetencia, o dudosa diligencia, por no haberse enterado de una trascendente cuestión que "supone un giro radical en la jurisprudencia de este órgano".

Cuatro días después, cuando los ocho millones de titulares de los ocho millones de hipotecas vivas celebraban unas perras de respiro y prestamistas y acreedores hacían cábalas sobre los límites de la posible retroactividad de la medida; cuando los bancos no habían unificado aún su estrategia de defensa con los clientes y se calculaban unos dieciocho mil millones de euros de devoluciones en el último cuatrienio, solo entonces, el mandamás de lo Contencioso-Administrativo repara en "la enorme repercusión económica y social" de la sentencia.

A este escándalo, a este pastel de irresponsabilidad e incompetencia, le añadió una dudosa y pretendida salomónica guinda Carlos Lesmes, presidente del Consejo General del Poder Judicial -hasta que el Parlamento acuerde su sustitución-, que, en una declaración digna de los hermanos Marx, dio la razón a Mairandi y, también, a quien lo desautorizó totalmente. Cosas veremos.