No me puedo acordar del día exacto en que me encontré por primera vez con Miguel Martinón, que nació dos años antes que yo, en 1946, y por tanto se inició en la Universidad de La Laguna, la nuestra, también algo más temprano. Lo cierto es que debió ser por entonces cuando descubrí una frase de Franz Kafka que me ha acompañado toda la vida y que ahora me la hizo recordar el mismo Martinón, en el salón de actos MAC en la calle Robayna (Robayna con Castillo, me dijo) en Santa Cruz.

En ese lugar, un rectángulo de gente que iba a escucharle recitar poesía, compré su antología recién nacida ("La casa sobre el mar", Amargord ediciones, 2018). Y nada más abrirla, por cualquier página, me encontré con estos versos que me llevaron a aquellas mañanas arriesgadas del final de mi adolescencia, cuando entré sonámbulo en la Universidad y me hallé también con aquellos devotos de don Emilio Lledó, que como yo mismo iban a las clases del maestro para encontrar preguntas que valieran el riesgo de buscar respuestas que a la vez nos llevaran a nuevas preguntas. Por entonces me encontré también con Kafka? y con Martinón. Y ahora Martinón me regala desde su libro este trozo de versos que ya atesoro: "Salí al riesgo de la mañana / y era más frío el aire". Aquella frase de Kafka que tanto me martillea en el cerebro, y en su memoria, es: "Despertarse es el momento mas arriesgado del día".

Como yo mismo en aquel entonces, Martinón se levantaba en La Laguna, ignoro a qué hora, naturalmente, pero a cualquier hora que te levantes en La Laguna hace frío, sobre todo en invierno. En aquel entonces, además, el frío tenía otras connotaciones, pues vivíamos en la era abisal del escalofrío; el franquismo, que tanto dañó a algunos de sus seres más queridos, seguía mordiendo las canillas de la vida, y la ciudad alegre que era por las tardes, por la mañana era un lugar aterido en cuya zona universitaria podía pasar de todo. Por eso aquella frase de Kafka fue para mí como una hoja de ruta, un mapa mental con el que conducirme. Despertar era un momento arriesgado; lo sigue siendo, por otros motivos.

Ese verso de Martinón, pues, no solo me metió en su lectura y también en su tiempo. Mientras escuchaba presentarlo, con muy precisas palabras, muy meditadas, al gran escritor que es Alejandro Krawietz, me fui adentrando en la memoria de Martinón, de sus versos, desde los modernísimos, vanguardistas, juguetones, de los años primeros, aquellos años en que el riesgo no era solo matutino, sino en estos de más adelante, cuando él se adentró, convocado por la edad del tiempo, en los andurriales del existencialismo. Krawietz evoca estas circunstancias de la lógica de su biografía, y de su mente, y a mí me pareció percibir también el vigor con el que evoca, al tiempo que se desliza por la melancolía, momentos exaltantes que tienen que ver no solo con el mar que rompe en los aledaños de su casa, del temporal, del frío, sino también con la vida misma, con el interior en que se desenvuelve el encuentro feliz (y por tanto arriesgado) con el amor y con los otros.

Es una antología, y por tanto es un recuento de los débitos que tiene Martinón con las influencias que la edad va acogiendo hasta formar un magma propio. Krawietz hace memoria de algunos de esos poetas que le han dado campo y marcha (Borges, Paz, Blas de Otero: cito a los que yo mismo veo más próximos a este caballero de La Laguna).

Adentrándome en los poemas observo una influencia más, pero no de personas o de tiempo, sino de meses, justamente. Esa simbólica enumeración de los meses ("la vastedad de marzo", "el frío azul de diciembre", "el azul mudo de abril", "temblor de marzo") forma parte, a mi juicio, de ese arañar la vida que es esta antología y que en cierto modo se aloja en los ojos curiosos, irónicos, llenos también de esperanza de hallar siempre algo que limite los riesgos de despertar, del poeta que anda despacio con un suéter oscuro sobre los hombros y sobre la camisa blanca.

Antes, cuando alguien así presentaba una antología, se hacía una fiesta grande en Tenerife. Ahora todo es más pequeño, me parece, y eso me produce melancolía. Pero ya estas son cosas mías. Lo importante es "La casa sobre el mar", esta poesía.

Ramón