El PSOE no quiere entrar en lo que Pablo Iglesias bien llama ''las cloacas'' del Estado. Pero todos entran. Lo que pasa es que entran diciendo que no quiere entrar. Como si se resbalaran involuntariamente en la mugre por la viscosa pendiente. Ahora resulta que se ha conocido una grabación entre el empresario Ignacio López del Hierro y el famoso comisario Villarejo que ha grabado a media España. Es una conversación en la que hablan de la necesidad de que los populares limpien ''papeles'' antes de que les investiguen su contabilidad de triple salto mortal. Resulta que López del Hierro es el marido de María Dolores de Cospedal, la que fue secretaria general del PP, que también se entrevistó con el policía de marras. Y los demás partidos se le han tirado al cogote pidiéndole explicaciones de qué hacía su marido a esas horas hablando con otro hombre de esas cosas. Y qué hacía ella. Un trío peligroso.

Los socialistas están quemados porque les dieron hasta en el carné de identidad por esa otra grabación en la que la ministra de Justicia, Dolores Delgado, fue ''cazada'' mientras almorzaba con Villarejo, con el juez Garzón y con otros policías. Fue ahí donde descalificó, con una vulgar palabra de uso común, la tendencia sexual de su compañero en el Consejo de Ministras, Ministros y Ministres, Fernando Grande Marlaska. Eso por no hablar de que tuvo conocimiento de una red de prostitución montada por la policía para sacar información de empresarios e incautos, lo cual que siendo fiscal, como era en aquel momento, debió causarle una profunda gastritis antes de los postres.

Lo que viene a demostrar esta nueva cinta es que Villarejo grabó a todo el mundo todo el tiempo. Y que en el ámbito de la intimidad uno dice cosas que quedan fatal cuando las escuchan otros. Cabe pensar que aún quedan muchos audios que conocer. Y podemos elegir entre irnos escandalizando o darnos ya por desencantados de todo. Porque entre títulos regalados, dietas escandalosas y grabaciones infames, la política parece un vertedero.

En este país se está poniendo de moda que la gente grabe sus conversaciones con otros sin advertirles. La intimidad y la privacidad ya no están protegidas por ninguna garantía. Carecemos de derechos en el momento en que hablamos y alguien nos graba, aunque sea sin nuestro consentimiento. El derecho a saber -el morbo y la compulsión de conocer- prevalece y aplasta cualquier otro. Lentamente la aplicación de la justicia ha desprotegido ese mundo inviolable que antes sólo nos pertenecía a nosotros mismos, salvo que un juez ordenara lo contrario. Hoy hemos llegado al punto en que hasta los jueces se graban entre sí.

El país entero es un plató televisivo y desde Agamenón hasta el último porquero todos estamos en una alcantarilla pestilente. Los políticos se consuelan pensando que los excrementos del adversario apestan mucho más que los suyos. Pero tengo una mala noticia: la mierda le huele igual de mal a todo el mundo.