Todorov manifestó que la condición de víctima presente no es valor del agrado de todos, pero sí haberlo sido, ser exvíctima, uno mismo o por herencia, es la mayor credencial y argumento a exhibir. Pertenecer al colectivo de víctimas: mujeres, minorías raciales, homosexuales, ex-colonizados... es la posición ideal ante el mundo, el ser reconocido como tales. Desgraciadamente es una compulsión prácticamente oceánica, como fueron las herejías, creencias milenaristas, supersticiones e ideologías rupturistas. Ahora la canalizan pseudo-ciencias.

Lo estipuló el psicoanálisis: el delirio es algo inherente al ser humano, la razón no es más que un aceptable recurso para la supervivencia y poder convivir. El delirio colectivo estructura los sistemas de creencias (más activas que nunca) y define épocas. No hay más que leer a científicos sociales, antropólogos o historiadores para que te lo den todo mascado. Hay unanimidad en el diagnóstico y plena solidez en el síndrome: el victimismo es epifenómeno del infantilismo, el rechazo de la responsabilidad personal, la cómoda posición vitalicia de acreedor.

El historiador Stanley Payne al hablar del "presentismo" se refiere al victimismo. No hay mejor lugar que el de víctimas, a tal punto que ya cualquier cosa que moleste nuestra sensibilidad, ignore nuestro orgullo o incomode sentimientos constituye un ultraje con el deber inmediato de reparación. Basta: "sentir".

Para ser víctimas es fundamental construir un potente relato de opresiones, humillaciones, injusticias, exterminios, genocidios. Son los bienes emocionales los más demandados y consumidos por Occidente actualmente. Representa una gran paradoja que la construcción de lo "políticamente correcto" provenga de las universidades norteamericanas. Este delirio de las masas, estas conformaciones psicosociales y culturales podrían ser truncadas o muy relativizadas por la realidad y los hechos. Pero la razón no puede con las letanías de quejas, lloros y desgarros. Son dogmas de fe vividos con máxima emoción. La actual abolición de la razón y el pensamiento crítico se debe a que la condición de víctima es monista y absoluta, de legitimidad superior y justicia máxima. Por eso el victimismo se hace fuerte en el eslogan, la consigna sobre esencias sacralizadas como auténticos dogmas de fe (tan sentidas y acatadas como las imperantes en el medievo), que vulneradas, desatan la persecución feroz bajo un orden totalizador. Total intolerancia a la disidencia y la libertad: la sociedad se ha encerrado en compartimentos de víctimas, cada cual encuentra la seguridad intrauterina en las identidades grupales. Escohotado: el rechazo a la libertad lo es a la responsabilidad. Freud: la libertad se sacrificará siempre por la seguridad.