Si Charles Darwin hubiese nacido en nuestra época, las dificultades para dar a conocer su famosa y controvertida teoría sobre la evolución de las especies se hubiesen transformado en un acelerado estudio sobre el avance del homo sapiens en nuestro planeta. Hoy, a la vista de lo que un político es capaz de maquinar, el célebre naturalista inglés tendría ante sí un formidable laboratorio en tecnicolor que confirmaría, ipso facto, todos sus estudios sobre la selección natural. Claro que, contemplando el panorama actual, añadiría a su conjunto de conocimientos hechos desconocidos para él como corrupción generalizada, puñaladas entre compañeros, vilezas, sobornos, espionaje, infamias, abismales desigualdades sociales? en fin, amenidades que incorporaría inmediatamente a sus investigaciones. Toda una serie de genialidades que los especímenes políticos utilizan para evolucionar y trepar, dejando en el camino a los más débiles, esto es, a los honestos, y así conseguir el sueño dorado: el de la metamorfosis continua. Toda una serie de ocurrencias que los ejemplares políticos utilizan para subirse a los árboles de la ambición desmedida, dejando en el camino a los más débiles, es decir, a los honestos, para alcanzar el sueño dorado: el de la metamorfosis continua.

Sir Charles Darwin estuvo en Tenerife camino de América del Sur, siguiendo los pasos y conocimientos de su colega Humboldt, naturalista alemán, quien también visitó nuestra Isla, quedándose asombrado ante la visión que, frente a él, se extendía del Valle de La Orotava. Lo que sucede es que, según algunos estudiosos, el científico alemán cayó de rodillas horrorizado después de tener una visión premonitoria de lo que iba a convertirse en un futuro cercano (hoy) el exuberante, entonces, grandioso jardín. El autor de "El origen de las especies" no tuvo tiempo de estudiar, aquí en Tenerife, la evolución sufrida por un guanche en un pequeño aristócrata isleño o de un montón de godos abrazando la canariedad. No lo hubiese entendido.

El zoo político se ha abierto estos días con una serie de acontecimientos protagonizados por determinadas organizaciones a la espera de celebrar, la próxima semana, el día de las derechas. El martes, 20 de noviembre, se recordará, con múltiples exteriorizaciones (ya hubo una protagonizada por un descerebrado francotirador que pensaba matar al presidente Sánchez), la muerte de Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera. Algunos franquistas y falangistas, a los que se sumarán otros notables, visitarán el mausoleo del Valle de los Caídos. En la distancia prudente y nostálgica, el Partido Popular y Ciudadanos, con la preocupante presencia de otra derecha llamada Vox, preocupante pues puede restar votos a los conservadores. Habrá una multitudinaria marcha (todavía pululan por ahí muchos ultras), para mostrar su inquebrantable adhesión al opresor que machacó a España durante cuarenta años, ocupando diversas calles y plazas en distintas capitales y pueblos de nuestro país mostrando su pesar. A estos ciudadanos, que aún permanecen con el brazo derecho en alto a la manera romano-nazi, los han promocionado los de izquierdas, empecinados en revolver lo que permanecía dormido; aunque para disgusto de los que asistían a la cripta de nuestra otrora bella plaza de España tinerfeña para velar las armas todos los 20 de noviembre (algunos muy conocidos que obtuvieron numerosas prebendas de la Falange), Primo de Rivera se quedará en la sierra madrileña pero no en un lugar preeminente, como ahora, sino "como uno más en el cementerio". Los del PSOE actual han conseguido que una momia sea exhumada y, poco después, inhumada. Lo que ocurre es que estos socialistas andan despistados y no contaron con que el dictador tiene una familia y esta posee una cripta en la Almudena madrileña. En definitiva, todos, por razones encontradas, se tropezarán la semana próxima sin ninguna necesidad. Los alemanes, que son mucho más previsores que los españoles, en 1945 arrojaron los restos de Hitler a un río, evitando así peregrinaciones histéricas y nostálgicas que siempre terminan mal.

José María Aznar, cuando tenía dieciséis años, escribió una carta publicada por los medios afines de entonces, en la que se declaraba "falangista independiente". Esto hubiese servido de base al naturalista inglés para el estudio de una posible evolución. No ha sido así. Aznar se ha quedado con las ideas de la ultraderecha (no ha pedido perdón por la inexistencia de las armas de destrucción masiva), y solo ha cambiado algo en su fisonomía: el bigote. Pero lo preocupante es que, a la vista de su retorno a la política activa, el contenido de ese estancamiento está influyendo en algunos nostálgicos que se resisten a evolucionar decantándose por la involución, arrastrando la melancolía que resurgirá en el Valle de los Caídos y, lo que es peor, en aquellos que ahora han subido a lo alto del pedestal de la derecha a alguien que utiliza su juventud para propalar la renovación del Partido Popular, escondiendo las enseñanzas de su maestro a quien ha superado en ideas obstinadas: Pablo Casado. Si el científico Darwin estuviera por aquí, se le plantearía un dilema: ¿Evolución o involución?