Aunque existen áreas que requieren de un gran equipamiento técnico, la calidad de los servicios públicos depende mucho del nivel de los profesionales que los prestan. Con buenos profesores se consigue una buena educación aunque a veces no se tengan todos los medios materiales necesarios. Sin embargo, aunque con buenos profesionales de la Sanidad se logra atender debidamente a los pacientes, para el tratamiento de patologías es fundamental el concurso de medicamentos o de tecnología altamente especializada.

Al mismo tiempo se produce otro fenómeno. Un médico puede ser de Podemos o del PP: su ideología no es relevante a la hora de extirparte un apéndice. Lo que esperas es que sea competente. Pero un maestro que traslade su ideología a la enseñanza puede imprimir a sus clases una orientación determinada que termine malformando a sus alumnos o, al menos, sembrando en ellos una parcialidad indebida. A los jóvenes hay que darles todos los conocimientos y permitir que sean ellos los que saquen sus propias conclusiones.

Hay servicios públicos donde la pérdida de neutralidad o imparcialidad en su ejercicio puede producir consecuencias catastróficas. Y la Justicia es un ámbito especialmente sensible. Hace algunos años me asombró la conducta impropia de una jueza que en medio de un proceso a Otegui le increpó públicamente, desde el tribunal, pidiéndole su opinión sobre los atentados de ETA. Lo que le estaba exigiendo venía a ser una condena pública que Otegui se negó a hacer. Naturalmente fue condenado. Hace unos días la Justicia europea ha dejado a la española con las puñetas al aire, estableciendo que con él no fue imparcial.

Los jueces y juezas pueden tener ideas políticas, faltaría más. Pero cuando esas ideas se convierten en corrientes ideológicas y esas corrientes se vuelven afluentes de la militancia, lo que se está imitando indebidamente en el mundo neutral de la Justicia es el mundo parcial de la política. Hay asociaciones de jueces progresistas y conservadores, pero son muchos más los jueces independientes que no militan en ningún lado. Y sin embargo hasta las más altas cotas de la magistratura solo suelen llegar los que han hecho "carrera política". Entre tribunales y partidos hay más tráfico que en la autopista en hora punta. Un atasco de togas que se pasan a los altos cargos y vuelven después como si tal cosa. Y todo ese tejemaneje, ese tráfago y esa politización de la Justicia que entiende y juzga luego causas que afectan a políticos y partidos termina erosionando la percepción ejemplar de la Justicia.

La causa de la causa es el mal causado. Lo que está pervirtiendo a todos los estamentos y todos los rincones del país -también a los medios de comunicación- es el enfrentamiento profundo de los partidos políticos llevado a un extremo indeseable. Estamos otra vez al borde de las dos Españas. En los límites de una sociedad hendida en dos partes irreconciliables. Esas dos Españas en las que una acaba siempre helándote el corazón.