Como dice Cristina Tavío en su artículo del domingo 11 de noviembre, el 6 de noviembre de este año es una fecha clave para Canarias, pues se publicó en el BOE y entró en vigor el nuevo Estatuto de Autonomía de Canarias y el nuevo Régimen Económico y Fiscal (REF) del Archipiélago. Donde se refuerza el autogobierno y se clarifican las relaciones con el Estado, y se desarrolla una nueva generación de derechos de los canarios. Va a regular la convivencia entre nosotros y a reconocer y constitucionalizar nuestros derechos, nuestras libertades y nuestra forma de gobierno. Será también garante de libertad, de solidaridad y de igualdad de oportunidades entre los canarios. Quiero también destacar un "hecho histórico" de este Estatuto: perdemos un islote, pero ganamos una isla: La Graciosa, que pasa a ser reconocida oficialmente como la octava isla, continuando dependiendo adminis-trativamente de Lanzarote.

La Graciosa está situada al NE de Lanzarote, solo separada por un brazo de mar que denominan El Río, forma parte del denominado Archipiélago Chinijo, constituyendo su isla principal. La Isla pudo haber sido visitada por el hombre hace mas de 2500 años. El Museo de Ciencias Naturales de Tenerife realizó un importante hallazgo en las excavaciones que desarrolló en un yacimiento paleontológico de La Graciosa, encontrando en aceptable estado de conservación: huesos, moluscos terrestres y restos cerámicos, que pueden significar el testimonio más antiguo sobre la presencia humana en Canarias. Una isla que en tiempos históricos ha sido la última isla canaria colonizada. El yacimiento donde se encontraron estos restos está previsto, si se confirman, que sea declarado por la Dirección General del Patrimonio de Canarias como Bien de Interés Cultural.

Ya en tiempos históricos, cuando Juan de Bethencourt conquistó Lanzarote en 1402, también tomó sin excesiva resistencia La Graciosa y los demás islotes, del Archipiélago Chinijo. Como consecuencia de la incorporación a la corona de Castilla, pues Bethencourt actuaba bajo el amparo y patrocinio del rey Enrique III de Castilla, se estableció un doble sistema de reparto del territorio. Por un lado estaban Gran Canaria, La Palma y Tenerife, declaradas "islas de realengo", que pasaron a depender directamente del rey castellano, y el resto de las islas, incluyendo el Archipiélago Chinijo, por tanto La Graciosa, consideradas "islas de señorío", pasaron a la nobleza.

En un principio, las tierras de La Graciosa eran baldías, se aprovechaban como pastizales. El Cabildo de Lanzarote, a quien pertenecían, las cedió como comunales a los campesinos pobres de Lanzarote, que las utilizaron para paliar sus hambrunas. La actividad económica de La Graciosa en estos momentos se limitaba a los pastos, la orchilla (para hacer tintes), las pardelas (de las que extraían el sebo para hacer combustibles, de aquí que la única población existente se denomine Caleta del Sebo), los conejos, el marisqueo, la recolección del cosco para hacer gofio? Era una vida dura, pero el acceso comunal de los lanzaroteños necesitados contribuyó a su desarrollo posterior.

En el siglo XIX el desarrollo técnico y comercial creó las condiciones para entrever la importancia que podía adquirir La Graciosa, pensando en la expansión comercial con África y el aprovechamiento de los bancos pesqueros africanos. El primer asentamiento estable en La Graciosa arranca de la concesión de terrenos, en agosto de 1876, por la Administración de Marina a favor de don Ramón de Silva Ferro, investigador y emprendedor gallego que logró durante unos años hacer funcionar unas pesquerías, las Canario-Africanas, con 26 socios, que levantaron cobertizos y viviendas a los operarios de la tierra, comprando ocho buques de vela y ocho barcos de vapor. Dio trabajo a 82 personas de distintas profesiones. Las dificultades económicas le obligaron a retrasar el proyecto. Murió repentinamente y su sucesor repartió entre los operarios el conjunto de edificaciones y materiales, originando el primer asentamiento en la isla de La Graciosa. En sus comienzos, el pueblo estaba formado por tan solo 6 o 7 chozas de piedra seca, para seis o siete familias de Lanzarote. Su mayor problema era la falta de agua potable, solo la de lluvia. No había servicio médico alguno, ningún hogar tenía baño, ni sistema de agua corriente, no había ni cartero, ni policía, ni ayuntamiento, ni cementerio, ni iglesia. En 1900 había solo 60 personas y diez viviendas. El general Francisco García Escámez, Jefe del Mando Económico, pasaba cerca de La Graciosa y el comentario de un marinero le hizo desembarcar y comprobar personalmente en que situación vivían. Quedó impresionado y mandó construir escuela y casa para los maestros, un cementerio público, iglesia, urbanizó el pueblo y llevó agua corriente y saneamientos. Se construyó el primer muelle de tres aljibes, se repartieron 65 lotes de tierras de labrantío y una aguada en el centro de la Isla, donó 4 camellos e instrumentos de labranza, lo cual redundó en calidad de vida y complementar la pesca habitual. La calle principal de Caleta de Sebo lleva el nombre del general y un busto suyo se colocó frente al ayuntamiento. Todo esto viene a cuento de que en un artículo de La Opinión de septiembre no se cita al gran benefactor en ningún momento. ¡Ingratitudes!