Todo empezó con una carta de recomendación -acción común entonces e impensable en la era digital- en la que un palmero -Luis Cobiella- le pedía a un amigo, destinado a un cargo de relieve, que, por la influencia que le aguardaba, pidiera "a la autoridad correspondiente" que el acceso a la futura dignidad se oficiara en Santa Cruz de La Palma. La misiva surtió efecto y el 28 de noviembre de 1970, Elías Yanes Álvarez -tercer paisano que recibía tal dignidad- fue ordenado obispo auxiliar de Oviedo en una inédita y solemne ceremonia celebrada en la Parroquia Matriz del Salvador.

Rodeado por mitrados progresistas -y ciertos conservadores obligados por el oficio y la proximidad geográfica- don Elías predicó como lo había hecho siempre, con lenguaje magro, sin adjetivos ni concesiones retóricas y, como en distintos momentos de la ceremonia y para su rubor, recibió aplausos toreros. Fue aquel un año de Bajada, con lo que el aura de la fiesta y la nostalgia se prolongó en el otoño de las cosechas.

Lo recuerdo porque, por única vez en mi vida, entrevisté en un día a una veintena de jerarcas de la Iglesia que, desplazados a la Isla, expresaron su cercanía con el templado compromisario del Vaticano II y el fiel intérprete, en España, del magisterio de Pablo VI que, lo tuvo en tan alta estima y, para evitar el veto de Franco, animado por las facciones católicas crecidas a la sombra del régimen, lo nombró obispo auxiliar, cargo que estaba fuera de las facultades decisorias de la dictadura.

Entre San Martín y San Andrés y en una grata reunión de amigos, cristianos de precepto y de sentimiento y agnósticos, que reconocen los valores por encima de los nombres y los cargos, salió el recuerdo luminoso de monseñor Yanes, y su insobornable adhesión a la democracia, que tiene en común con el cristianismo el valor de la igualdad. Coincidimos todos en el lamentable olvido a la personalidad canaria más relevante en la historia de la Iglesia y a uno de los españoles que, desde su posición, trabajó con más inteligencia y tolerancia para construir un proyecto común de convivencia y para liberar a la institución, a la que consagró su vida, de las peligrosas sombras de un pasado oscuro y radicalmente injusto.