¿No estamos asistiendo diariamente a espectáculos deplorables de discusiones maleducadas, a desprecios, insultos y violencias de menor o mayor entidad? ¿Por qué tanta disgregación social y falta de entendimiento? Y, sobre todo, ¿cómo afrontar todo esto? Mi respuesta es que la solución fundamental depende de la libertad personal de cada uno. Es decir, que todas esas situaciones lamentables deben servir de estímulo fuerte para tomar la decisión de una vida de excelencia moral: jamás una mentira, buscar la verdad siempre, hacer el bien, etc.

Pero tomar esa determinación no por ingenuidad o por un bobo irenismo, sino tras una honda reflexión ética y antropológica. Por ejemplo, la que nace de comprender la condición inacabada y vulnerable de la persona humana: "La vida de cada uno de nosotros no se basta a sí misma: necesitamos siempre la mirada del otro. La vida solo se resuelve individualmente a intervalos, ya que únicamente alcanza su sentido en el acto de compartir y darse", explica el pensador portugués actual José Tolentino Mendonça.

Entendiéndonos así, como la obra de otros, como el resultado de "una cadena innumerable de encuentros, de gestos, de buenas voluntades, siembras, caricias, de afectos", en palabras de Mendonça, ¿no intentaremos invertir la óptica del momento social de incomunicación y de corrupción para corresponder con agradecimiento a lo mucho recibido? En efecto, se puede plantear la aventura de una existencia moral plena, recorrer la vida como una donación moral para devolver lo que los demás nos han regalado. Y para desechar la parálisis moral por desaliento producida por el resentimiento ante tanta corrupción y vulgaridad.

También el pensador español contemporáneo Josep Maria Esquirol en su libro de 2018 "La penúltima bondad", un ensayo sobre la vida humana, plantea lo que denomina "La solidaridad a la intemperie". Reflexiona así: "La revolución no puede ser sino de la generosidad y de la fraternidad". Y, me parece, que es un oasis de agua fresca después de tanta reflexión filosófica abstracta y hueca.

Para esa vida ética llena de generosidad, Esquirol avanza dos pistas fecundas. La primera, esta: "Hay que rescatar la palabra misterio". Es decir, resistir a esa reducción de lo real de quien deslumbrado por lo científico reduce la vida a "simples hechos y datos" y se vuelve una persona banal, alguien desconectado de los contenidos y experiencias simbólicas, de los acontecimientos desbordantes de significación.

Porque para abandonar la superficialidad y ahondar en la interioridad, "el misterio constituye la vida". Y "la vida es el ayuntamiento -la relación- de lo finito y lo infinito, entre lo que abarcamos y lo que no abarcamos, entre lo visible y lo invisible", también al decir de este escritor catalán. Así, cuando se percibe esto, se trata a todo el mundo de rodillas ante su misterio de infinitud única, y se avanza muchísimo en el respeto, en la comunicación, en aprender del otro, en la tolerancia y, por supuesto, en la propia vida moral que se nutre de todo lo anterior.

Además, Esquirol expone la necesidad de la sencillez: "Una cultura alejada de la sencillez es también una cultura alejada de la profundidad (. . .) ¿Y si existiera una conexión entre la incapacidad para darse cuenta de la sencillez y el déficit de generosidad?".

Agradecimiento, apertura humilde al misterio y sencillez para, con firmeza, proponerse un ideal ético elevado como una decisión para renovar este mundo social pervertido. Con estos puntos de partida se busca lo que nos une a los demás por encima de lo que nos separa, y se progresa hacia lo que MacIntyre denominó "las virtudes de la dependencia reconocida": la generosidad, la misericordia, la piedad, el perdón, el agradecimiento, la ternura y, sobre todo, el cuidado.

El gran fruto es vivir con esperanza y alegría, en un mundo como el que bosqueja Corina Dávalos: "Al amanecer / el sol bebía / un café con estrellas". Nada menos.

@IvanciusL