Todos los ojos estarán puestos este domingo en las elecciones autonómicas de Andalucía porque lo que se dirime en el feudo tradicional del PSOE en España -36 años en el poder- es mucho más que la conformación del Parlamento andaluz: es también el ensayo de unas generales anticipadas en nuestro país. No solo es relevante el resultado de Susana Díaz, sino el duelo entre el PP y Ciudadanos, la incógnita de la entrada en danza de Vox y el alcance del desgaste de Podemos en el territorio en el que mejores líderes tiene. Se medirá el alcance de los nuevos populismos de derecha e izquierda y el desgaste de la política tradicional.

A estas alturas, es una evidencia que el viento de cola de Pedro Sánchez sopla menos fuerte. Con dos ministros dimitidos y cinco afectados por la aluminosis de diferentes escándalos -de distinta gravedad- el mayor problema, sin embargo, es la fragilidad de su minoría parlamentaria. La mayoría que le llevó al Gobierno se ha demostrado evanescente. Era, en efecto, un voto contra Rajoy pero no un voto incondicional a favor de Sánchez. El secesionismo catalán está reclamando al Gobierno socialista de España lo que éste no puede darle. Y la actitud ambivalente de Pablo Iglesias, que lanza vivas a Cataluña libre en Barcelona, ha terminado embarrancando en los arrecifes de la cruda realidad: ¿cómo se puede apoyar desde la izquierda la ruptura con el Estado de un territorio rico que lo que quiere es dejar de contribuir a la solidaridad entre los pueblos de España? Lo que es el sueño de sus aliados catalanes es la pesadilla de muchos de sus votantes progresistas en el resto de las comunidades. No se puede estar mojado y seco al mismo tiempo.

La sombra de Cataluña está ahí, detrás de las urnas de Andalucía. Los analistas políticos del PSOE -con el ''cocinero'' Tezanos, en el CIS, a la cabeza- se dedicarán en los próximos días a sacar punta al lápiz sociológico para determinar si procede ya dar el disparo de salida para unas generales en marzo o, en su caso, en mayo del 2019, con las autonómicas y locales (y que se jodan los barones). Porque es difícil que haya presupuestos generales y prorrogar otra vez los del PP tiene muy mal encaje. Porque Bruselas está pidiendo que se cumplan los objetivos de déficit y no va a permitir otro frente como el de Italia. Porque el maldito "brexit" y las locuras comerciales de la administración autista de Trump están llevando a la baja el crecimiento del PIB. Porque las expectativas de ingresos fiscales están infladas y las de gasto público no hacen más que crecer.

Hay muchas razones que van a aconsejar a Sánchez aprovechar lo que queda de viento antes de que cambie. Es verdad que hasta ahora ha dicho una y otra vez que está dispuesto a agotar la legislatura. Pero el presidente es un cachondo político que ha descubierto que en este país se puede decir una cosa y su contraria. Es memorable su latiguillo de campaña electoral, cuando contaba que había hablado con una trabajadora, Juana, a la que situaba indistintamente en Canarias, en Alicante o en Córdoba, limpiando habitaciones de un hotel o trabajando en un colegio. O cuando dijo que jamás llegaría al Gobierno con los votos de los independentistas. O sea, Sánchez ha descubierto que uno no sólo es el dueño de sus silencios sino que tampoco es el esclavo de sus palabras.

¿Convocará elecciones si el PSOE saca unos buenos resultados en Andalucía? ¿O lo hará si los electores enseñan el colmillo y Susana Díaz sale trasquilada? Lo lamento, amigos y amigas, pero la respuesta está en el viento, como dirían Bob Dylan y Zapatero. Porque lo cierto es que en los dos escenarios es perfectamente posible que sus analistas le digan que es el momento. En el primer caso porque el éxito abre todas las puertas. Y en el segundo porque aplicando las leyes de Murphy, las cosas que están mal seguramente irán a peor.

Pudiera darse una tercera opción, en la que los resultados sean mediocres para todo el mundo y en la que el Gobierno andaluz quede pendiente de un pacto. Leer los renglones torcidos de ese escenario es difícil sin saber el resultado de las urnas. Ciudadanos tendría que mojarse, algo a lo que siempre ha tenido alergia. Se acerca el momento en el que Albert Rivera, experto en nadar y guardar la ropa -su primera valla electoral en pelota picada fue un presagio- tendrá que tirarse a la piscina de gobernar con la izquierda o la derecha. Y a ver.