La declaración de San Cristóbal de La Laguna como bien cultural patrimonio de la humanidad, de la que hoy, cuatro de diciembre, se cumplen diecinueve años, merece ser recordada y celebrada, por la significación que en sí misma tiene, no únicamente para la Ciudad de los Adelantados o para Tenerife sino para el Archipiélago canario. No todos los días se proclama de manera solemne que una de nuestras poblaciones de mayor solera posee "valor universal excepcional", como lo hizo de nuestra ciudad en diciembre de 1999 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) al incorporarla al catálogo de conjuntos históricos de significación mundial.

Son solo quince las ciudades que en nuestro país han logrado este honor. De todas ellas, San Cristóbal de La Laguna es, con mucho, la de historia más reciente. Pero también, en su raíz, la de más novedosa y revolucionaria configuración urbanística. Esta es la clave en que se apoyó la declaración. Para el preciado reconocimiento, la UNESCO se apoyó en tres sólidos pilares: el carácter innovador del trazado de la ciudad, la fidelidad y naturalidad con que este se ha conservado en el tiempo sin alteraciones sustanciales, y haber sido pauta esencial, modelo a seguir en la construcción de las más importantes ciudades hispanoamericanas.

La fundación de San Cristóbal de La Laguna en momentos en que eclosionaba el renacimiento español, una etapa histórica de cambios profundos, consagró una propuesta de ciudad radicalmente diferente a las que habían prevalecido hasta entonces. Mientras Santa Fe, su precedente inmediato, fundada apenas una década antes, se construyó todavía con una muralla protectora a la vez que atenazadora, San Cristóbal de La Laguna se planificó y llevó a efecto sin ninguna fortificación de defensa, porque se concibió como proyecto innovador de ciudad abierta, ciudad de paz y sin fronteras, emergiendo del paisaje sin solución de continuidad y diseñada a la manera de una gran rosa de los vientos, cada uno de sus vértices con una orientación simbólica; resultado feliz de la recuperación de cánones y saberes de la antigüedad clásica, del espíritu renacentista.

La que fue en su origen una arriesgada propuesta urbanística en los comienzos del siglo XVI, cristalizó porque el Cabildo de la Isla no solo acató las instrucciones de la corona, traídas por el Adelantado Fernández Lugo de su viaje a la corte en 1500, sino que refundó la ciudad incipiente, se valió de constructores expertos para trazar la nueva, y puso todo el empeño en que las normas regias se cumplieran con rigor absoluto. Los acuerdos y órdenes de los regidores sobre mediciones, replanteos, supervisiones, prohibiciones, etc., son constantes a lo largo de los dos decenios primeros del siglo XVI, mientras el proyecto de construcción avanzaba, como lo reflejan los libros de actas del Concejo; lo que hizo que el enclave originario se desarrollara de forma armónica, equilibrada, sin verse alterado de manera sustancial y creciera en el tiempo sin perder su sello propio. El testimonio que ofrece el primer plano de San Cristóbal de La Laguna, levantado en 1588 por el ingeniero cremonés Leonardo Torriani, permite contrastar el excelente grado de conservación del actual casco histórico con el trazado originario, de algo más de medio milenio.

El tercer soporte en que se basó la declaración de la UNESCO no es menos importante que los anteriores. San Cristóbal de La Laguna fue arquetipo del nuevo urbanismo de Hispanoamérica, el ejemplo que se tuvo muy en cuenta, por innovador y porque respondía a un nuevo tiempo histórico. Sus primeras y más importantes ciudades se diseñaron siguiendo las líneas maestras de su novedoso diseño. Todas ellas destacan por su trazado abierto, en el que la muralla tradicional desapareció para siempre, suprimida para facilitar, como en la ciudad tinerfeña, el encuentro sin interrupción con el campo, expresión de una voluntad sostenida de concordia y de paz.

San Cristóbal de La Laguna fue la isla-municipio o el municipio-isla de Tenerife durante más de tres siglos, el ámbito de convivencia desde el que se rigieron los destinos insulares, el motor que impulsó la vida de Tenerife en el periodo más dilatado de la historia isleña, su espíritu vivificador, por su bien consolidado carácter vertebrador. Ciudad viva, alma de Tenerife que, con el reconocimiento que hoy celebramos, ha recobrado fuerza y vigor, dinamismo y energía, con firme vocación de futuro.

*Cronista oficial de San Cristóbal de La Laguna